MADEIRA (Julio, 2009)

Este verano hemos elegido como lugar de vacaciones la muy verde isla de Madeira. Ha sido un viaje corto ya que aún me hallo convaleciente de mi operación y no estoy "para muchos trotes", como se suele decir, pero hemos cumplido bien, creo, con el ritual del cambio de aires casi obligado en las vacaciones. Así pues, nuestro tour ha durado sólo 5 días pero han sido suficiente para darnos una idea de los que es el lugar.

Lo que más sorprende, una vez superado el shock del aeropuerto, es la exuberante vegetación y la urbanización de la isla que, dentro de estar masificada, como casi todas, presenta una estética agradable, pues las múltiples casitas bajas se desparraman entre el verde a lo largo de los montes eliminando cualquier impresión de agobio.
Salimos de Albacete hacia Madrid sobre las 7:30 de la mañana y, como ya es costumbre, nos dirigimos al SHS donde dejamos el coche y desde donde nos llevaron al aeropuerto. Llegamos a Madeira en un vuelo (a las 12:00) con escala en Lisboa y sobre las 16:00 horas estábamos aterrizando en la isla, lo cual nos ofreció la oportunidad de aprovechar toda la tarde del primer día que en la mayoría de los viajes se suele desperdiciar. La verdad es que íbamos un poco nerviosos ya que el tiempo con el que contábamos para el trasbordo en Lisboa era escaso; pero cuando aterrizamos, para nuestra sorpresa, nos esperaba una furgoneta a pie de la escalerilla que nos llevó en un abrir y cerrar de ojos a la terminal para tomar el avión a Madeira.
Nos recogieron en el aeropuerto (que tenía una pista de aterrizaje bastante pequeña) y nos llevaron al hotel. Por cierto, se nos había olvidado lo temerarios que son los portugueses a la hora de ponerse al volante; no me explico cómo no hay más accidente porque conducen fatal y van a unas velocidades de vértigo; y por las carreteras de esta isla (de las que hablaré después ya que merecen capítulo aparte) es una temeridad y un riesgo. Así que fue una aventura lo del desplazamiento al hotel pues estaba segura de que de un momento a otro íbamos a salir con la furgoneta disparados hacia algún acantilado o íbamos a ser la causa de que otro vehiculo lo hiciera; pero contra todo pronóstico llegamos, en un "pis pas", eso sí, sanos y salvos a nuestro destino.
Nos hospedamos en el hotel Orca Praia, un tres estrella que no estaba mal (ver crítica en Tripadvisior http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g189167-d264811-r37834517-Orca_Praia_Hotel-Funchal_Madeira_Madeira_Islands.html); lo mejor que tenía era el enclave que era una maravilla.
Una vez nos acomodamos en la habitación (planta -7, porque restaban y no sumaban ya que el hotel se extendía por el acantilado hacia abajo, hasta la playa) nos dirigimos a inspeccionar el hotel y vagabundeamos por sus rincones para familiarizarnos con el entorno próximo, La visita acabó en la piscina tomando un café que estaba exquisito. Por cierto, el café en Madeira (en general, en todo Portugal, es riquísimo y los amantes de este brebaje, como yo, estarán encantados aquí).
Lo que más me sorprendió en la isla fueron los plataneros, inmensas extensiones de cultivos de plátanos se sucedían a lo largo de todo el espacio; la exuberante vegetación y las variedades de flores que cubrían casi toda la superficie de la isla; y las carreteras imposibles que para los que sufren de vértigo, como es mi caso, suponen una verdadera pesadilla.
Hasta que cayó la noche nos dedicamos a pasear a lo largo de la carretera que bordea la costa deleitándonos con las maravillosas vistas y agradeciendo el fresquito que a esa hora ya empezaba a percibirse.
Volvimos a cenar al hotel y tras ver un espectáculo folklórico en el hall, nos retiramos a nuestros aposentos a descansar para estar fuertes al día siguiente pues teníamos sólo cuatro días y medio para ver todo y había que aprovechar bien el tiempo.
El jueves amaneció nublado y fresco, lo cual se agradece en verano cuando no se pretende ir a la playa. Tomamos el autobús y nos dirigimos a Funchal que resultó ser una ciudad muy, muy agradable y bastante pequeña. Deambulamos durante toda la mañana por la ciudad recorriendo a fondo su casco antiguo: el mercado de Lavradores (no es un error: se escribe con v), la Sé, el ayuntamiento, iglesia de Sta. María, etc. Y tomamos un café en el Café O Patio que se ubica en el patio del antiguo Museo de la Fotografía (un lugar encantador y muy recomendable tanto por el ambiente como por café que es delicioso. También sirven a comidas)
A mediodía tomamos el teleférico y subimos a El Monte donde visitamos la iglesia y dimos una vuelta. Comimos en un restaurante pequeño (“Bellomonte”) en el primer piso de una casa cercana a la iglesia (dos platos enormes de atún con guarnición, pan, bebidas y café nos costaron en total 30 €) Después de comer nos enteramos de que desde el lado opuesto del monte en el que estábamos había otro teleférico que bajaba al Jardín Botánico y eso hicimos: tomar este transporte para visitar el Botánico. Cada teleférico pertenece a una empresa diferente por lo que no hay billete combinado y resulta bastante caro cada trayecto (8 € el más barato); no obstante, merece la pena hacerlo para una vez que se visita la isla.
Las plantas estaban bien y las vistas eran espectaculares ya que se encuentra situado en la ladera de una de las montañas, en la zona alta y desde allí se divisa toda la ciudad y el mar de fondo. En el mismo Jardín se puede visitar un parque zoológico de aves (especialmente aves exóticas) que, personalmente, me parece absolutamente deprimente. Este tipo de recintos en los que encierran a pobres animales en 4 metros cuadrados deberían estar prohibidos; cualquier zoo debería estarlo. Es una crueldad. Pero, en fin, ahí está y puede visitarse con agrado si uno no se es sensible al sufrimiento de los animales que, sacados de su entorno natural, se ven obligados a vivir confinados en celdas sombrías para deleite de los humanos (¡que los hay que se deleitan con esto! ¡y muchos!)
De este recinto debo destacar algo importante para mí, a saber, he visto, por primera vez, a medio metro de mí, un pavo real con la cola abierta; y me ha gustado mucho. Ha sido espectacular. He hecho 25 fotos al bicho.
Finalizada la visita, decidimos bajar andando hasta Funchal, lo cual fue una aventura tanto por los coches que casi rozan a los peatones por las angostas y empinadas callejuelas como por el desnivel que éstas presentaban. Pero culminamos con éxito la empresa y, tras entrar a algunas tiendas para comprar unos recuerdos de la isla, nos sentamos en la terraza del café del Museo de Arte Sacro a degustar un delicioso cafelito acompañado de un pastel de queso.
Tras descansar un buen rato aquí tras la caminata desde el Botánico continuamos dando un paseo por la zona del puerto deportivo y el paseo marítimo, la zona antigua al atardecer, la catedral, el paseo D.Manuel para terminar en una parada del autobús nº 1 que nos condujo en un abrir y cerrar de ojos (por la velocidad, digo) al hotel. La verdad es que tomar un autobús en la isla es un subidón de adrenalina mayor que el que produce una atracción de feria de esas que te lanzan al vacío.
Al llegar al hotel tuvimos un percance: Domingo puso a cargar su móvil en el enchufe del baño pero no funcionaba, por lo que lo conectó al enchufe de la tele; de repente, se oyó un ¡puf! y se fue la luz en toda la habitación. Miramos los fusibles, pero nada. Bajamos a explicar lo ocurrido a recepción y la señorita se enfadó un poco ya que no sólo nos quedamos sin luz nosotros sino que el apagón fue en toda la planta. Y lo peor es que eran las 10 de la noche, por lo menos. Después de esperar un buen rato sentados en el hall (ya que en la habitación estábamos a oscuras) lograron encontrar a un electricista que solucionó el problema y pudimos subir a descansar.
El viernes lo dedicamos a la zona oeste. Habíamos reservado un coche a través del hotel y a las 09:00 en punto lo teníamos en la puerta esperándonos.
Una vez motorizados partimos hacia Cámara de Lobos donde se encuentra el cabo Guirao (el segundo acantilado más alto de Europa) Paseamos por el pueblecillo y nos tomamos un café n el Café de la República. A continuación seguimos hacia RabaÇal por una carreterita que era más bien un camino de cabras (sendero de tierra) A punto estuvimos de dar la vuelta pensando que nos habíamos perdido totalmente cuando unos aldeanos nos indican que vamos bien y que más adelante mejora la carretera. Así fue. Según ascendíamos el tiempo iba empeorando y la niebla se hacía más densa y la luz más escasa; no había ni un alma por allí (parecía el marco de una película de terror). Pero, de repente, una vez pasada esa capa y llegar a un nivel superior el sol volvió a brillar y nos encontramos en una carretera normal que nos llevó a un aparcamiento lleno de coches de gente que iniciaba desde allí sus marchas de senderismo.
Dejamos el coche y bajamos caminando por la pista hasta Rabaçal (2 kms.) que con la buena temperatura que hacía resultó un paseo muy agradable, aunque el desnivel era exagerado. (Es interesante comentar que había una furgoneta de 9 plazas que hace constantes viajes desde el aparcamiento hasta esa aldea, ida y vuelta).
Desde allí partían varias rutas de senderismo y decidimos hacer la de la levada del Risco hasta la cascada, que se puede hacer sin mucho esfuerzo siendo agradable y sin ninguna complicación.
De vuelta en Rabaçal era la hora de comer y, entre el hambre y el calor, no nos vimos capaces de subir hasta el aparcamiento lo cual le ocurrió a todos los ya que la cola para subir con la furgoneta era enorme; por 3 € te ahorraba un sofocón espantoso; o sea, que esperamos nuestro turno para el transporte, espera que fue bastante larga.
Una vez arriba, dad la hora que era (casi las 16:30) cogimos el coche y continuamos por la carretera en busca de algún lugar abierto para comer. Y lo encontramos: el Jungla Bar, un sitio de lo más friki que se pueda imaginar. El local era enorme, de estética safari-selva, con plantas y árboles de plástico y enormes animales decorando los salones (leones, elefantes, orangutanes, panteras...). Pese a lo estrambótico del sitio , la comida fue estupenda (riquísima y abundante) y no resulto nada cara.
De ahí nos dirigimos hacia Puerto Moniz, en la otra punta de la isla, para ver unas piscinas naturales que tienen mucha fama, pero realmente no valen la pena; un baño agradable nada más. Nos tomamos un helado en la terraza.
Y regresamos hacia Funchal bordeando toda la costa norte en dirección este y, por un lago túnel, volvimos de nuevo a cruzar la isla, esta vez en dirección sur para Ribeia Brava. Paramos en un pueblo que recomendaba la guía cuyo nombre es San Vicente y que es uno de los más bonitos que visitamos, aunque extremadamente pequeño y desde donde, también bordeando la costa, llegamos al hotel, derrotados tras el día tan movidito que habíamos tenido.
El plan para el sábado era más tranquilo: visitar la zona de los acantilados más bonitos, en mi opinión, que es la zona este. Llegamos allí a través de las ya acostumbradas carreteras de espanto (mitad por el aire, mitad bajo la tierra). En Caniçal nos tomamos el primer café del día sentados en un baretillo del antiguo muelle de las ballenas (fue esta localidad antaño un muy famoso puerto ballenero)
De ahí llegamos a Punta de San Lorenzo, a Prainha que es el pico más oriental de Madeira con unas vistas que quitan el hipo.
Comimos, ya de vuelta, en Machico, en lo que llaman el Vello Mercado que es una lonja antigua transformada en restaurante. Muy coquetón y agradable.
A partir de ahí iniciamos el viaje de vuelta a Funchal, pero como aún había bastante luz, decidimos subir a Camacha, una localidad en la montaña que nos habían recomendado. Y la verdad es que mereció la pena pues el camino por las serpenteantes carreteritas de montaña y los paisajes eran un placer para la vista (si no se padece de vértigo, obviamente).
El paseo por la zona se prolongó pues nos topamos con sitios que eran una preciosidad como Portela Levadas, por la que dimos un breve paseo o el pueblecillo Santo da Serra, en el que nos tomamos un café con bollos y en el q también visitamos el parque que tiene gran fama por los alrededores y que antiguamente pertenecía a una mansión privada (hoy es público, pero está primorosamente cuidado; las hortensias eran de postal. Terminamos el recorrido en la localidad de Camacha donde se encuentra el primer campo de fútbol que hubo en Portugal.
Esa tarde dimos un último paseo por Funchal, por sus callejas y por el puerto; y con ello nos despedimos de Madeira ya que a la mañana siguiente partimos de vuelta para Madrid tras de unos maravillosos días de vacaciones en esta bella isla atlántica.

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