CASABLANCA y RABAT (Navidad, 2008)

Este año, en el viaje de Navidad, hemos vuelto otra a vez Marruecos para conocer dos de las "ciudades imperiales" que nos quedaban por visitar: Casablanca y Rabat.
Pese a que todo el mundo nos lo desaconsejó (debido a su falta de atractivo) teníamos deseos de ir y así lo hemos hecho.
El viaje ha estado muy bien; pero, efectivamente, ninguna de estas ciudades tienen el menor encanto; nada que ver con Marrakech, Fez, Tánger o Meknes.
Volamos con Easyjet desde Madrid y hasta allí fuimos esta vez en tren. Llegamos sin novedad, pero en Barajas nos esperaba una sorpresita: ahora hay que pagar peaje para pisar el aeropuerto, si vas en metro; 1 euro, para ser exactos. Idea de la de los calcetines (Esperancita, sí) que se está cubriendo de gloria.
Los viajeros se debatían ante las puertas que les impedían el acceso (si no habían pasado antes por la maquinita del euro) entre la indignación, el desconcierto, la incredulidad y la risa. ¡¡Debemos de ser, seguramente, el hazmerreír de Europa!!
En fin, dejaré este tema que me indigna y seguiré con el viaje.
El avión salió en punto y dos horas más tarde estábamos pisando suelo marroquí.
Casa, como llaman los autóctonos a Casablanca, tiene, pese a la falta de encanto, buenas vibraciones. Al llegar, nos sorprendió la enorme cantidad de gente que había en el aeropuerto. Todos con túnicas blancas resplandecientes. Los accesos al mismo estaban vallados, impidiendo la entrada, y una multitud se agolpaba fuera esperando a sus familiares. Cuando estos aparecían, todos se abrazaba con fuerza y lloraban muy emocionados. Nos preguntamos qué podía suceder o si, tal vez, era normal el gentío y el comportamiento que observábamos alrededor.
El taxista que habíamos contratado para que nos recogiera en el aeropuerto nos explicó la cuestión: “Hoy es un día de fiesta muy especial aquí” -nos dijo en francés-; “toda esta gente vuelve de su peregrinación a la Meca y esto es algo muy especial para nosotros; algo que sólo sucede una vez en la vida. El primer deber de todo buen musulmán” Cuando lo supimos, nos resultó verdaderamente emocionante lo que estábamos viendo. La gente irradiaba felicidad. Nos contagiaron, y cada abrazo de ellos también nos emocionaba a nosotros que no pudimos reprimir alguna lagrimilla.
Los recién llegados se iban subiendo a los coches que los esperaban y observamos que todos los vehículos iban adornados con cintas de colores (rojas, verdes y blancas), sin duda para identificar a los viajeros. Esa es la tradición.
Tras un ratito de viaje llegamos a Casa. Una ciudad caótica (como todas) y bulliciosa. Nos hospedamos en el hotel Maamoura***, que habíamos reservado por internet. En este tipo de ciudades siempre es un riesgo elegir un hotel de tres estrellas (mínimo recomendable ****), pero optamos por él dadas las excelentes críticas que tenía en Tripadvisor. Y no nos equivocamos. Era estupendo: un antiguo edificio restaurado con estilo Art Decó, pero sin perder el encanto árabe; céntrico, nuevo, limpio y con un personal muy agradable. Nos dieron una habitación en la última planta con una terraza espectacular. Pinchad aquí para ver mi reseña en Tripadvisor: http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g293732-d652427-r23636309-Maamoura_Hotel-Casablanca.html
Sin ni siquiera abrir las maletas nos lanzamos a la calle a tomar contacto con la ciudad. Comenzamos tomando un café en la terraza del Golden Ice, en el Boulevard Lalla Lacout. La temperatura era estupenda (18 ºC) y el café exquisito (esto es algo que me sorprendió muy gratamente: hay en Casablanca muchísimos cafés con terraza, del tipo de los parisinos, y en general el café es fabuloso en todos; nada que envidiar al italiano)
Continuamos deambulando por la peatonal y bulliciosa Rue du Prince Moulay-Abdallah y llegamos hasta la plaza de las Naciones Unidas, uno de los centros neurálgicos de la ciudad donde se encuentra la mole del hotel Hyatt. Esto también es algo que nos llamó poderosamente la atención: las horrorosas construcciones de los mejores hoteles de la ciudad (todos en esta zona cerca del puerto) cuyo diseño se reduce a enormes estructuras cúbicas (o con formas geométricas similares) repletas de ventanas cuadradas y alineadas. Un espanto.
La plaza en cuestión está cerrada por un lado por las murallas de la Medina vieja en la que nos adentramos sin dudar. Aunque ya había anochecido, la vida bullía dentro de esos muros. Por las estrechas callejas miles de puestos y vendedores de todo tipo se agolpaban y pregonaban a gritos sus productos. Debo reconocer que, aunque supongo que a muchos les agobiaría este ambiente, a mí me encanta. Todo estaba a esa hora a rebosar de gente, aunque ya eran las 21:00 h. Paseamos entre el bullicio durante mucho rato para finalmente descubrir que en la zona sur-oeste de la muralla, por su lado exterior se encontraba el mercado de comida (verduras, frutas y pescados dispuestos de manera muy ordenada en carromatos o directamente sobre algún aislante en el suelo) y a continuación de ellos se extendía un sinfín de tenderetes callejeros en los que vendían bocadillos de salchichas con cebolla picada. Todo era muy cutre, muy oscuro y muy sucio. Sólo se vislumbraba la humareda de las parrillas y las bombillas o lamparitas de butano de los puestecitos. Aunque parezca una contradicción, era encantador.
Curiosamente, cada chiringuito tenía colocadas en fila unas cuantas sillas de plástico tras él, para que la gente pudiera sentarse a degustar el bocadillo que entregaban envuelto en un trozo de papel. En ese ambiente, nos mezclamos con la gente sintiéndonos parte de aquel mundo tan distinto al nuestro. Los únicos extranjeros éramos nosotros (no hay apenas turistas en Casablanca). Obviamente, cenamos allí.
Al día siguiente, tras el desayuno nos dirigimos al Mercado Central -nos gusta mucho visitar los mercados cuando estamos de viaje-, pero aunque era tarde (10:30 h.), aún estaban abriendo, así que decidimos visitar otra zona y volver más tarde.
Paseando por el Boulevard Mohamedd V nos topamos con una oficina de turismo así que entramos a pedir un buen mapa de la ciudad (ya que el de la guía del Trotamundos que llevábamos era muy pequeño); pero los que tenían eran igual de malos. No obstante, nos indicaron que debíamos visitar la zona de la Medina Nueva, al sur de la ciudad, que era muy interesante, cosa que haríamos dos días después.
Entre tanto, habíamos decidido ir al día siguiente a visitar Rabat así que nos dirigimos a una agencia de viajes a reservar los billetes pues queríamos ir en tren. (128 DH, o sea, 6 euros cada billete de ida y vuelta; baratísimo ya que Rabat está a 93 kms de Casa) Una vez conseguidos los billetes (cosa que costó bastante ya que no hablamos ni francés ni árabe y los de la agencia sólo chapurreaban inglés) nos dirigimos hacia la Medina vieja para visitarla a fondo, no sin antes tomar un estupendo café en la terraza del Café de Francia, en la plaza de las naciones Unidas, de donde daba pena levantarse ya que se estaba de maravilla allí.
A la hora de la comida volvimos al Mercado Central para echar un vistazo y comer en los chiringuitos de pescado que hay en su interior (recomendados en la guía del Trotamundos, que no suele equivocarse en sus consejos). De nuevo éramos casi los únicos turistas y, por ello, creo que nos timaron. Por cierto, algo que no me gustó de Casablanca es que intentan engañarte por ser extranjero, cosa que no nos ha pasado nunca en ninguna otra ciudad de Marruecos con tanta frecuencia como aquí. Realmente el engaño, desde el punto de vista de los precios de España, no es tal; pero si tenemos en cuenta los de allí, sí. Por ejemplo, en el Café de Francia o el Golden Ice, en pleno centro, cobran 15 DH (menos de 1,5 euros) por dos cafés en la terraza, servidos por un cameraro uniformado; y en un bareto normal de barrio, atendido por una chica displicente y con vaqueros, nos cobran 1 euro cada café, o sea, que es un engaño ya que no es el “precio oficial”, obviamente, por comparación.
Pues bien, en los chiringuitos del mercado nos “clavaron” con el mayor de los descaros; así que a todos los que leáis este post y vayáis a Casablanca os recomiendo que no se os ocurra comer en esos puestos porque os engañarán seguro. La cosa fue así: Estaban los chiringuitos a rebosar de parroquianos pues al parecer son muy populares entre los habitantes de Casa, y, al fin, conseguimos una mesita. Pedimos un plato de gambas, uno de calamares y uno de sardinas, con agua y coca-cola pequeñas. Y nos cobraron 250 DH (23 euros, más o menos) que es caro hasta para España. Pero lo peor fue que en la mesa de al lado había 4 personas adultas y gordas, tres hombres y una mujer, y pidieron 5 ó 6 platos grandes de pescados a rebosar, incluidas gambas, con agua y coca-cola de litro; pagaron con un billete de 100 DH y el camarero les devolvió. Supongo que sobra que comente nada más. Si hubiera sabido hablar francés les hubiera pedido explicaciones, pero como lamentablemente no sé, y como los camareros no hablaban inglés, tuvimos que pagar e irnos. No obstante, a todos los que vayan a Casablanca les avisaremos de que en los puestos del Mercado Central son unos sinvergüenzas y que hay cientos de sitios mejores (incluidos los chiringuitos de la Medina donde te comes un bocata fabuloso y calentito por 0,50 euros, y no tratan de engañarte).
Después de comer, un poco disgustados, la verdad, fuimos caminando por el paseo del puerto (Boulevard des Almohades) hasta la fabulosa mezquita de Hassan II. Pasamos por el famoso Café Rick´s, pero no entramos porque había dos “gorilas” en la puerta y no nos gustó eso mucho (de todas formas Humphrey Bogart e Ingrid Bergman nunca estuvieron en Casablanca y el café de Rick´s nunca existió; todo fueron decorados)
¡qué desilusión! ¿no?
La mezquita queda lejos del centro, así que esa tarde anduvimos bastante. La recorrimos por fuera y, la verdad, es impresionante, magnífica, y su situación (sobre el mar) increíble; aunque más adelante daré mi opinión al respecto.
Como estaba atardeciendo, sólo nos quedamos por allí una media hora (regresaríamos para visitarla con detalle otro día) y volvimos hacia el centro paseando por toda la avenida Moulay Joussef que es larguísima y está flanqueda toda ella por palmeras enormes; es muy bonita y agradable. Descansamos un poco en una terracita de un local muy cool donde pedimos un té a la menta que nos sirvieron acompañado de un vasito de agua muy caliente en la que había una ramita de hierbas sumergidas que parecían eneldo, pero que expelían un fuerte aroma diferente al olor de éste (supusimos que era para aromatizar el té, además de la hierbabuena que llevaba de por sí; aunque nosotros no lo probamos)
Continuando con nuestro paseo, llegamos al parque de la Liga Árabe, que es muy popular en Casa y que a esa hora estaba a rebosar de gente. La avenida lo atraviesa y a ambos lados se extiende un sinfín de kioskos y chiringuitos donde picar algo.
A continuación llegamos al Palacio de Justica, que es impresionante, y a la famosa fuente de luz y color (en la misma plaza), aunque ésta no era gran cosa; digamos, fuentecita.
Al llegar, por fin, al hotel, descansamos un poco y bajamos a cenar. Hicimos un gran descubrimiento: un pequeño local llamado “Salade Verte” en el que servían una estupenda harira (sustanciosa sopa marroquí, parecido a un potaje nuestro pero un poco picante) por 10 DH (menos de 1 euro) con pan y una pastita de postre. Exquisito.(en el blog tenéis una foto). Lo recomendamos a todos los trotamundos sin muchos recursos.
Para bajar un poco la cena, dimos una vuelta por el centro a ver el ambiente, que era muy animado a esas horas; mucha gente había salido a cenar y las tiendas, además, aún estaban abiertas.
Al día siguiente nos dirigimos a la estación (Casa-Port) para coger el tren de las 9:00 hacia Rabat que salió a la hora en punto (la puntualidad en esta ciudad, también en Rabat, es asombrosa) En Rabat nos sorprendió, igual que en Casa, la ausencia absoluta de turistas. Salimos de la estación que está en el mismo centro de la ciudad, en la Avda. Mohamed V que une el palacio Real con la Medina, y nos dirigimos hacia esta última. El día era lluvioso. En Rabat hay dos recomendaciones en cuanto a visitas: la Medina y la Kasbah. Callejeamos un poco por los tortuosos pasadizos de la Medina (que curiosamente está, en algunos tramos, cubierta con unas bóvedas de cristal de estilo modernista) y comenzamos a subir hacia la kasbah. Es impresionante; nos recordó muchísimo a Sidi-Bou-Said (un pequeño pueblecillo pintado de azul y blanco en Túnez)
y a Asilah (en la costa oeste de Merruecos) Sin duda, esto es lo que más merece la pena en Rabat. A parte de la diferencia en la arquitectura, el trazado y la localización (la kasbah es una fortaleza por lo que se encuentra en un lugar estratégico, en lo alto de un monte y rodeada de agua por uno de sus lados), lo que diferencia a ésta de la Medina es, según nos dijeron, que en la Medina hay comercio y viviendas, mientras que en la kasbah sólo hay viviendas. Es realmente preciosa y está asombrosamente limpia y cuidada. Y se respira una paz… Nos habían recomendado no dejar de tomar un té en el Café Moro, y así lo hicimos (nosotros añadimos al té unas pastitas que estaban deliciosas; entre ellas los famosos “cuernos de gacela” que a mí personalmente me encantan)
Con todo, se había hecho la hora de comer y nos dirigimos a la Medina para tratar de localizar un pequeño restaurante llamado “Widad” que recomendaba la guía del Trotamundos. Nos costó bastante ya que orientarse en el laberinto de callejuelas de las medinas es complicado; cuando creíamos que no lo conseguiríamos, lo encontramos. Y no nos defraudó porque, además de que la comida era sencilla y tradicional, el lugar era encantador y muy original. Para acceder a él hay que entrar en un portal de una vivienda y subir una escalera que, de tan empinada, produce vértigo. Al llegar al primer piso se entra en el restaurante que parece un bazar, repleto de objetos variopintos. En el álbum hemos puesto alguna foto. Os lo recomendamos. Tienen un menú con tajine (a elegir), ensalada marroquí y fruta o yogourt casero que está bastante bien. Además el dueño es un encanto. Mientras comimos cayó un diluvio, pero al terminar había dejado de llover por lo que pudimos seguir paseando para conocer la ciudad. Recorrimos de nuevo la Avda. Mohamed V pero esta vez en sentido contrario y llegamos hasta el palacio Real que, obviamente, no se puede visitar. Sólo lo pudimos ver por fuera. Hay una mezquita a su lado que es interesante. Descansamos un poco tomando un café en la famosísima pastelería-cafetería “Comedie” que estaba a rebosar de gente; el café era espantoso; había que pagar para entrar al aseo pero, por el contrario, la pastelería era fabulosa. Como era fin de año, cientos de personas compraban tartas y pasteles para las celebraciones (porque tanto en Casa como en Rabat, se celebra esta noche). Dimos una última vueltecita y tomamos el tren de regreso.
Al llegar a Casa, nos tomamos una harira en “Salade Verte” y, aunque pensábamos hacer algo especial, no hicimos nada al final porque yo no me encontraba bien: para mi desgracia, había cogido la gripe (lo cual supe días más tarde)
Al día siguiente, Año Nuevo, fuimos a visitar la Gran mezquita de Hassan II. Esta mezquita es la más grande del mundo y su minarete el más alto (200 mts). Es una bestialidad y no recuerdo la millonada que costó su construcción. Según nos comentó la guía, el rey construyó esta megamezquita para asegurarse un hueco en el cielo, aunque lógicamente lo hizo con el dinero del pueblo (de hecho, todo el mundo la pagó; en concreto, a todos los funcionarios públicos se les descontó un mes de sus sueldos con este fin) así la gente pensó que al colaborar en la obra también se aseguraban el paraíso. ¡Vaya tela! Cada vez que visito Marruecos me pregunto cómo es posible que ese pueblo pueda ser monárquico. No entiendo la monarquía en el siglo XX ó XXI en ningún lugar del mundo, pero muchísimo menos en países con esos niveles de pobreza. Es obceno. Pues bien, esta mezquita es otro elemento más de esa forma de entender la sociedad y la religión del pueblo marroquí (no diferente, por otro lado, al mundo católico europeo de hace unos siglos) En fin, la mezquita es increíble. Absolutamente inmensa por fuera y por dentro; un derroche de riqueza y lujo. Hemos dejado algunas fotos en el álbum. La visita al interior es guiada y en grupo (según los idiomas) pero tuvimos la suerte de que sólo había otra pareja española así que prácticamente fue una visita privada. Muy interesante. A mí me sorprendió mucho toda la parte inferior (me refiero a la planta sótano, digamos) que podía verse a través del suelo de la mezquita que era de cristal. Abajo había numerosas salas inmensas divididas en dos zonas, una para mujeres y otra para hombres, que eran prácticamente iguales respecto al diseño pero con decoración de colores diferentes. La sala de abluciones es impresionante, con enormes fuentes de mármol que asemejan flores. Preciosa. También hay baños turcos y un hamman, decorados con unos azulejos “que quitan el hipo”, y que, al parecer, son para uso y disfrute del pueblo (aunque yo no sé si alguien los frecuenta)
La visita duró casi una hora y, al salir, nos quedamos por los alrededores paseando, admirando la obra y charlando con la otra parejita española. Hacía un día precioso y claro, con mucha luz.
Nos bajamos al centro recorriendo bajo las palmeras toda la Avda. Moulay Joussef y , para celebrar el año nuevo, decidimos ir a comer a uno de los mejores restaurantes de la ciudad (según la guía del Trotamundos) que se encuentra situado al lado del palacio de Justicia, el “Al Mounia”. La verdad es que es un lugar precioso. Un pequeño palacete con jardín; el interior está decorado al más puro estilo árabe, con mucho gusto. Los camareros muy atentos y agradables. La comida, por supuesto, típica marroquí. Tomamos cus-cus de verduras, pastilla y té verde (todo buenísimo y nos costó sólo 350 DH, o sea, algo más de 30 euros)
Por la tarde cogimos un taxi y fuimos a un barrio llamado Habous, en el que se encuentra la Nueva Medina. Respecto a los taxis debo decir que son una maravilla (no me refiero a los vehículos que son viejos y destartalados; de color rojo) sino a lo estupendamente que funcionan: hay muchísimos, son muy baratos y siempre llevan puesto el taxímetro. Son muy “legales”
La Nueva Medina es una ciudad amurallada pequeñita, como de juguete (parece el decorado de una película), repleta de recovecos, callejuelas y cientos de tiendecillas de artesanía. Abandonamos la medina para adentrarnos en los barrios de alrededor, bulliciosos, caóticos y concurridísimos. Visitamos un mercado, aunque quizá sería más correcto decir que todo el barrio era un inmenso mercado (nos llamó mucho la atención un zoco exclusivamente de aceitunas; había, al menos, 50 tipos diferentes de aliños, o más. Muy curioso; y a mí que me encantan las aceitunas “se me hacía la boca agua” con los olorcillos.
Deambulamos toda la tarde por la zona y rematamos tomando un té a la menta en una terracita en la Medina.
Volvimos en taxi al centro y dimos un paseo hasta la estación de la ciudad (Casa- Voyager) para ver los horarios del tren que iba al aeropuerto (como estaba abierta la taquilla reservamos los billetes; costaron 70 DH, es obvio que este tren lo cogen especialmente turistas)
Al día siguiente tomamos un taxi que, en dos minutos, nos dejó en la estación donde tomamos el tren hacia el aeropuerto, que llegó como de costumbre con puntualidad alemana.
A partir de la llegada al aeropuerto comenzó la odisea. Para resumir diré que el aeropuerto de Casa era un caos y nuestro avión, que venía desde Madrid, llegó con 4 horas de retraso; el mismo con el que nosotros aterrizamos en Barajas (motivo: la huelga de pilotos y controladores) y causa de que perdiéramos el tren para el que teníamos billetes y todos los demás trenes del día que iban hacia Albacete. Tras la lentísima recogida del equipaje y las reclamaciones pertinentes en los mostradores del aeropuerto tomamos el metro para dirigirnos a la Estación Sur desde la que, según nos dijeron, salía un autobús a las 23:59 que tenía parada en Albacete. Al fin, a las 4:00 de la madrugada nos vimos en casa. ¡Hogar, dulce hogar!
Y hasta aquí el relato de nuestro viaje navideño. Espero que os haya gustado. Gracias

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