BERLÍN (Febrero, 2009)

Berlín ha sido el destino elegido este año para el viaje anual “de las chicas”. Sin miedo al frío sacamos nuestros billetes con Easyjet, reservamos todo y salimos hacia Alemania el día 20 de febrero. Al igual que el año anterior contratamos un microbús que nos llevó y recogió a la vuelta en Barajas, lo cual hace que el viaje sea sumamente cómodo.
Una vez en el aeropuerto se nos informó de que el vuelo saldría con varias horas de retraso por lo que tuvimos que dar cuenta de las viandas que, con gran previsión, llevaba en su bolso de mano Nani (quesos de untar, patés varios, tostaditas, galletas...).
Tras una espera interminable pudimos despegar y en tres horas estábamos en Berlín aunque debido al enorme retraso cuando llegamos habían cerrado el aeropuerto prácticamente (lo que puede parecer “chocante” pero que se explica porque Schönefeld sólo funciona con vuelos de bajo coste y parece ser que el nuestro era el último y además retrasado, según nos contó un taxista que chapurreaba algo de inglés)
Llegamos al hotel bastante tarde y el recepcionista, haciendo gala del típico carácter alemán, aunque no se puede generalizar, no estuvo muy comunicativo, más bien fue algo estúpido o seco, es bastante difícil discernir entre ambos; pero estábamos tan cansadas que “pasamos”. El hotel Sorat Ambassador, en el que nos hospedamos, nos pareció bien. Por fuera no era una maravilla, pero por dentro resultó bastante adecuado y las habitaciones no estaban mal. Como siempre he dejado la crítica en Tripadvisor:
http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g187323-d233863-r25765100-SORAT_Hotel_Ambassador_Berlin-Berlin.html#CHECK_RATES_CONT
Lo mejor del hotel, por cierto, era el desayuno, cosa que pudimos constatar al día siguiente: riquísimo, variadísimo, abundantísimo y todos los “ísimos” que se quieran añadir; en resumen, estupendo. Una buena manera de comenzar el día.
Una vez cargadas las pilas nos dirigimos al Museo Pergamon, visita obligada en Berlín, y nos maravillamos ante lo que en él pudimos contemplar: el altar, la puerta del mercado de Mileto, la fachada del palacio de Mshatta y, mi preferida, la espléndida puerta de Ishtar (Babilonia) que es una verdadera joya. Empleamos en él varias horas (aunque siempre parece que falta tiempo en estas visitas) y de ahí nos dirigimos a la Nationalgalerye (museo de pintura): Friedrich, Böcklin (“The isle of the dead”), Cézanne, Manet, Monet, Courbet, Constable, etc. Posteriormente, y para rematar el atracón de arte y cultura visitamos el Museo Egipcio que es otra maravilla y en el que, entre otras obras, se puede contemplar el famosísimo busto de Nefertiti y la Green Head; también cuenta en sus fondos con una buena colección de papiros entre los que destacan las páginas del Libro de los muertos (ante las vitrinas que los acogen uno no puede dejar de pensar en Sinué)
A media tarde finalizamos la “tourné” por los museos y nos lanzamos a la calle buscando un restaurante en el que sirvieran unas buenas salchichas con Kartoffel (patatas) y chucrut (col agria); fue difícil por la hora aunque al fin dimos con uno de esos lugares (tipo los VIPs) en el que se servía comida a cualquier hora. Cuando terminamos de comer estaba anocheciendo así que, recobradas las fuerzas, nos dedicamos a patear un poco la zona (catedral, Under der linden o paseo de los tilos, puerta de Brandemburgo, etc. Hasta que, cansadas, nos subimos al autobús 100, que realiza un recorrido panorámico, y dimos en él unas vueltecillas.
Acabamos en Postdamer Platz, en el centro Sony, en un restaurante australiano (Conoboree) cenando sopa picante y carne de canguro (por cierto, bastante mala; una mezcla entre cordero duro y ternera vieja). Del restaurante fuimos a Gendarmer Mark (una de las plazas, para mi gusto, más bonitas de Berlín) que iluminada y con la suave luz reflejada por la nieve que no dejó de caer presentaba una estampa romántica y encantadora.
El segundo día comenzó con un café en Balzac Coffee desde donde nos dirigimos al emblemático edificio Tacheles y desde ahí comenzamos la visita al barrio judío. Comenzamos por el antiguo edificio de Correos, hoy sala de exposiciones, donde casualmente se mostraba una exposición de Annie Lebovitz (la verdad es que cuando vimos la cola para entrar nos colocamos en ella siguiendo a la gente, sin saber de qué se trataba, aunque por las carreras de todos intuimos que debía de ser algo importante; la cola se alargaba por segundos tras nosotras y en unos minutos era kilométrica así que se puede decir que “llegamos en el momento justo al sitio preciso”. La exposición era una maravilla y para mí, que me encanta la fotografía y que ya conocía Berlín, esto fue de lo mejor del viaje.
A continuación visitamos la Sinagoga Nueva y a punto estuvimos de mandar a todos los judíos a “hacer gárgaras”, por decirlo finamente, y seguir con nuestro paseo prescindiendo de esta visita. Debo mencionar que son sumamente desagradables (todos los que atienden al público en este edificio, desde los guardias de seguridad de la puerta hasta las dependientas de la tienda de recuerdos), absolutamente groseros y maleducados. Ya tuve esa misma sensación la primera vez que visité Berlín y entré en esta Sinagoga (que, por otro lado, no es nada especial). Y dejando de lado el aberrante trato que dispensan a los visitantes, que les dejan buenos dividendos ya que vale “una pasta” la entrada, dejando esto de lado, digo, esta gente está todavía obsesionada con que el mundo los sigue persiguiendo y quiere destruirlos por lo que las medidas de seguridad que hay para acceder al recinto no son menores que las de la Casa Blanca. Si se suma todo, la visita deja mal sabor de boca y es desagradable.¡ total, para lo que hay que ver!
Una vez de nuevo a salvo de un posible atentado, es decir, en la calle, nos dedicamos a pasear por el barrio judío. Produce una sensación rara y triste pensar que se está pisando el mismo suelo que en otros tiempos pisaron miles de personas en una situación tan trágica. Pero es muy interesante. Deambulamos por los patios de Sophienstrasse y acabamos comiendo en la plaza Hackescher Mark, después de ver el Hachesche Höfe de curioso estilo modernista.
Por la tarde visitamos, bastante deprisa, el palacio de Charlottengurg, al que logramos entrar por los pelos ya que estaban cerrando. Concluimos con un café en Kleine Orangerie, exótico invernadero transformado en cafetería-restaurante; muy acogedor.
Pero el día no había acabado y, después de merendar, nos fuimos a ver Check Point Charly, el emblemático y conocido puesto fronterizo que aún hoy se conserva como recuerdo de lo que antaño suponía cruzar el muro. En esta visita perdimos mucho tiempo porque, sin explicación lógica, nos confundimos de metro y fuimos a parar a una estación de nombre parecido pero “en el quinto pino” respecto a donde queríamos llegar.
(Hay una explicación ilógica: nos pusimos a hablar en el estación con un portugués simpatiquísimo que encontramos, y a hacernos fotos; y lo que es aún más chocante, cuando el portugués se subió al metro, nosotras nos subimos con él pero resultó que no llevábamos la misma dirección lo que explica que apareciéramos donde aparecimos; en nuestra defensa debo decir que el nombre de ambas estaciones era similar lo que provocó que tardásemos un buen rato en percatarnos del error)
Al fin logramos encontrar el famoso puesto fronterizo; nos hicimos la foto y volvimos al centro porque hacía un frío que pelaba y porque queríamos conseguir entradas para la visita nocturna del Reichstag . Hicimos cola un buen rato y a punto estuvimos de morir de frío en la puerta; pero lo conseguimos. Era curioso ascender por la archiconocida cúpula de Foster con su iluminación futurista.
Concluimos el día en un restaurante típico alemán cenando codillo con cerveza.
El último día en Berlín lo dedicamos, por la mañana, al Museo de Arte Moderno y a la Philharmonie, que si por fuera es impresionante, en su interior es impactante; la gran sala con forma de circo diseñada por Hans Scharoun ofrece una de las mejores acústicas del mundo y es sencillamente espectacular. Por desgracia, aunque lo intentamos, no pudimos conseguir entradas para asistir a un concierto esa tarde. Comimos en Postdamer Platz , al lado de la Philaharmonie mientras esperábamos que abriera la taquilla. Descartados los planes de asistir al concierto, tomamos un metro y nos dirigimos a la East Side Gallery , restos del muro que se conservan como museo al aire libre, y en el que artistas de 21 países han dejado su obra.
Aún esa noche, antes de cenar en una pizzería, paseamos por Alexander Platz, contemplamos el Rathaus (Ayuntamiento) iluminado y rematamos tomando un café en el Café Literario, que estaba cerca de nuestro hotel.
El martes fue nuestro último día en Berlín. Antes de dirigirnos al aeropuerto aún tuvimos tiempo de hacer unas compras en un mercadillo, visitar la Iglesia del Recuerdo (que impresiona bastante ya que se conserva destruida tal y como quedó tras los bombardeos) y dar unas vuelta por los famosos almacenes KaDeWe (similar al Corte Inglés de aquí)
A media tarde partimos para el aeropuerto donde estuvimos varias horas más de la cuenta ya que, también en esta ocasión, el avión llevaba bastante retraso. No obstante, al llegar a Madrid nos esperaba nuestro chófer particular con el microbús en el que tranquilamente llegamos a Albacete sobre la una de la madrugada.
El viaje, en fin, fue estupendo por lo que seguro que repetiremos el año próximo a otro rincón del globo.

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