CROACIA (Julio, 2010)

Este verano del 2010,la casualidad nos ha llevado a Croacia. Comenzamos intentando reservar la India y luego Noruega, pero todos los aviones daban lista de espera; y como a nosotros realmente el destino nos da igual siempre que no lo conozcamos, surgió este plan para conocer Croacia y allá que nos hemos ido. Como estábamos cansados y no teníamos ganas de “buscarnos la vida” yendo por libre, en esta ocasión (¡y sin que sirva de precedente!) hemos elegido un circuito organizado incluso con pensión completa para no tener que decidir ni dónde comer...¡¡ pero creo que ha sido mucho más agotador que si lo hubiéramos hecho por libre, como casi siempre!!
El viaje ha durado 8 días y hemos visitado algunas de las ciudades más bonitas de este precioso país, además de su capital, Zagreb, verdaderamente sorprendente.
El día anterior al vuelo decidimos ir a dormir a Madrid, para no pegarnos el madrugón, donde Visi nos esperaba con la cena y el garaje preparado para dejar el coche.
A la mañana siguiente nos fuimos a la T4 en metro, y sin ningún problema facturamos y salimos con 15 minutos de retraso nada más (dado que en Barcelona los sinvergüenzas de los controladores estaban en huelga aunque según ellos eran bajas por el estrés que les ocasiona sus condiciones laborales ¿se pude ser más sinvergüenza??)
Llegamos muy rápidamente pues el piloto recuperó el tiempo perdido y a las 14:00 ya estábamos en Dubrovnik, instalados en el hotel Petka frente al puerto nuevo (ver crítica en TripAdvisor) y en autobús de camino a la ciudad antigua para comer. El calor – todo hay que decirlo- era espantoso; según el guía Juan Pedro un calor inusual. Dimos una vuelta para contactar con el entorno y nos metimos en un pequeño local muy, muy recomendable para comer (con aire acondicionado, aunque también tenía terraza fuera): Koroba Dundo Maroje (dos callejuelas a la izquierda antes de llegar a la torre del reloj;
Posteriormente y tras el café, deambulamos un poco por el centro histórico y subimos a recorrer los casi 2 Kms. de muralla, con un calor espantoso, pero una experiencia que merece mucho la pena, por lo curioso y las vistas. A medio camino repostamos con unos cafés con hielo en la terraza de un bar muy coquetón, en una de las torres de la muralla, con vistas espectaculares y a la sombra de enormes sombrilla. Tras concluir el paseo, bajamos, nos compramos otro refresco y nos sentamos a tomarlo en los escalones de la fuente de san Onofre, del 1004, en el pasado el principal punto de abastecimiento de agua de la ciudad, con sus 16 caños, que se alimentaba gracias a un acueducto subterráneo que finalizaba en ella.
Paseamos por el centro, por la calle principal (Placa o Stradum) y calles anejas, y de vuelta en bus para cenar en el hotel.
El día siguiente nos dirigimos en bus bordeando toda la costa en dirección norte hacia Trogir, donde llegamos sobre las 13:30. Es una ciudad toda amurallada construida sobre una pequeña isla (aprox. 1 km²) situada entre el continente y la isla de Ciovo; el casco antiguo o centro histórico es Patrimonio de la Humanidad desde 1997 y en él visitamos la lonja con un techo artesonado en azul, la catedral de san Lorenzo, la plaza y recorrimos multitud de encantadoras callejuelas. Luego fuimos a comer a un restaurante al lado de la puerta de acceso a la isla y el mercadillo de la ciudad. Posteriormente paseamos por la ribera y tomamos café en la terraza de una cafetería de la plaza vieja.
Por la tarde, continuamos, bordeando la costa, el viaje hasta Zadar. El mar Adriático en la costa de Croacia es impresionante: muy tranquilo, limpio, limpísimo, aguas verdes turquesa y absolutamente transparentes y salpicado por cientos de islas e islotes (Croacia tiene más de mil islas). El viaje fue un poco largo pero muy agradable por los espectaculares paisajes que fuimos recorriendo.
Al atardecer llegamos a Zadar, al hotel Porto (ver crítica en TripAdvisor). Descansamos, leímos un poco y bajamos a cenar... ¡¡¡Y NOS ENCONTRAMOS ALLÍ A DOS COMPAÑEROS DE ALBACETE DE LOS INSTITUTOS DE DOMINGO Y MÍO: A ISABEL Y A ENRIQUE, que iban con más gente!!! ¡¡¡Vaya casualidad!!! ¡¡Qué sorpresa!!
Después de la cena –por cierto, un buffet buenísimo-fuimos, al igual que ellos, a visitar la ciudad de Zadar que estaba atestada de gente. Nos sorprendió, en el paseo marítimo, lo que llaman “El órgano del mar” que es un órgano construido bajo el paseo (desde los escalones donde te puedes sentar sólo se ven los agujeros) y cuyos tubos suenan según el movimiento del agua. Es impresionante y muy curioso (a mí, una de las cosas que más me llamó la atención del viaje). También el “Monumento al sol” (un círculo grande en el suelo hecho con cristal y con placas solares que se cargan durante el día y por la noche emiten multitud de luces de colores diferentes que van cambiando aleatoriamente. Bien. Luego dimos una vuelta por la ciudad, un poco angustiosa por la multitud que abarrotaba las calles, bares y terrazas, además en la plaza había un festival de música. Pasamos por un mercadillo y me compré una pamela porque no tengo sombrero y mañana han dicho que el calor será mayor (38ºC y al lado del mar que es algo insoportable)
Al día siguiente visitamos, acompañados ahora por el guía todo lo que Domi y yo vimos la noche anterior: me gustó especialmente la plaza de los 5 pozos (construida en lo que era el foso, en el XVII), la iglesia redonda de san Donato (prerrománica con influencia bizantina, del siglo IX) , la torre del reloj, el foro romano y la catedral de santa Anastasia cuya fachada recuerda mucho a las construcciones italianas. Luego, por libre, cruzamos el río por el puente peatonal y fuimos a conocer un poco la ciudad moderna que es espantosa, con típicas construcciones comunistas, oscura y feucha.
Por la tarde continuamos viaje hacia la Ribera de Opatija donde nos hospedamos en un hotel, Grand Hotel 4 Opatijska Cvijeta, mejor que los anteriores pero con aire bastante clásico y pasado de moda (nos recordaba mucho a la zona de Estoril y Cascáis: tuvieron su momento de gloria y ahora tienen un aire “demodé”, muy de principios del siglo pasado; aunque mantienen cierto encanto. Hay que decir que consta de 4 edificios y algunos son más modernos). (Ver crítica en TripAdvisor)
Es una ciudad antes muy mundana en la cual, desde la mitad Siglo XIX residieron los reyes, los emperadores, aristócratas, personas muy ricas y artistas famosos. Se llamó, la “Niza austriaca”. El primer hotel de la ciudad data de 1840. Paseamos por un oculto camino a la orilla del mar que bordaba toda la zona, muy, muy agradable y fresquito, y luego bajamos al centro. Esta tarde es una tarde para el descanso y el relax (que ya hacía falta en este viaje). Una zona tipo balneario bonita y agradable.
Lo mejor: El buffet de la cena del hotel: espectacular, variadísimo y todo exquisito.
Al día siguiente cruzamos la frontera para ir a Eslovenia (por cierto, un país que hay que visitar próximamente porque tiene una pinta buenísima); aunque los trámites fueron lentos, nada comparable al paso a Israel. Nos dirigimos a visitar las cuevas de Postojna, las segundas más grandes del mundo. Como nos sobró tiempo a la llegada, fuimos también a ver el castillo de Predjama que es muy interesante y está en un enclave muy especial. Allí compramos un producto típico: un tarro de miel aromatizada con arándanos, otra con canela y otra con naranja. Delicatessen!!
Las famosas cuevas, de 20 Kms. de galería descubiertas hasta ahora, están muy bien organizadas; la visita dura dos horas y a ellas se accede en un trenecito descubierto que trascurre entre estalagmitas y estalactitas a lo largo de dos Kms. y con un frío “pelón” (de 8 a 10 ºC constantes todo el año en el interior). Da la impresión de estar en un parque de atracciones. Son como las de Nerja, pero a lo bestia. El resto, otros 2 Kms. se hacen andando. A mucha gente fue lo que más le gustó del viaje. Bien. Hay que destacar que en esas cuevas habita un anfibio, una especie de lagartija grande, lisa, blanca, acuática, y ciega, que sólo vive ahí (la vimos en un acuario que había en la cueva, pero a mí me dio pena del animal, como me suele pasar en acuarios y zoológicos; los energúmenos de los niños, y no tan niños, daban golpes en el cristal para que se moviera, y la gente, españoles, of course, no respetaban lo de “no flash”, y el pobre animal trataba de escabullirse entre las míseras dos rocas que le habían puesto para simular su hábitat; al menos, nos dijeron que van cambiando a los bichos para que no se estresen demasiado); el nombre vulgar es "Pez humano" pero su nombre científico es "Proteus anguinus". Me resulto muy triste y me llevé un sabor amargo de las famosas cuevas. Creo que sería preferible poner fotos del animal para que lo vea la gente y dejarlos en paz en las profundidades de las cavernas. Es un espectáculo deprimente; pero las grutas son interesantes. Comimos en el restaurante de las cuevas y después partimos en dirección a Zagreb, la capital de Croacia. Llegamos al hotel, Laguna (ver crítica en TripAdvisor), que está muy bien, nos instalamos y rápidamente Domi y yo nos lanzamos a la calle a coger un tranvía para ir a dar una vuelta por el centro. Como mañana visitaremos la Ciudad Alta con un guía, nos quedamos paseando por la Ciudad Baja (nueva): La plaza de Ban Josip Jelacic (centro neurálgico y comercial donde está la Oficina de Turismo en la que pedimos unos folletos que nos fueron muy útiles en nuestra visita en solitario; ¡y en español!), la Plaza arbolada de Nikola Subic Zrinski, el Museo de Arte y Artesanía, el teatro Nacional, la plaza de Petar Preradovic (poeta croata), el pasaje Miskec , el oktogon, el “Sol aterrizado” (una escultura de una enorme bola dorada de fibra de vidrio; por toda la ciudad se hallan colocados los 9 planetas siguiendo las proporciones astronómicas y aritmáticas) o el “rascacielos de Napredak”. Todo nos gustó y, repito, nos dejó sorprendidos.
Al día siguiente amaneció nublado y con frío (lo que se agradecía). Visitamos con un guía genial (un profesor de Historia) la Ciudad Alta a la que accedemos por la Puerta de piedra con su cuadro de la Virgen (que milagrosamente se salvo de las llamas del incendio que destruyó toda la casa que había sobre la puerta), recorremos la plaza con la iglesia de san Marcos (con el tejado de azulejos), el Parlamento, la catedral (que en su día estuvo amurallada por completo), la animadísima calle Tkalca (que originariamente era un arroyo que dividía dos poblaciones, Kaptol y Gradec; todas las casas a los lados de la calle son antiguos molinos de agua hoy transformados en cafeterías, tiendas de diseño, pubs, restaurantes...
Cuando la visita termina, cae un buen chaparrón que Domi y yo aprovechamos para tomar un café en la plaza principal de la Ciudad Baja y decidir a donde ir a continuación. Decidimos tomar el funicular y subimos al Museo de Arte naïf que, aunque muy pequeño, es interesante. El resto de tiempo hasta la comida lo dedicamos a callejear por la zona antigua.
Zagreb creo que es lo que más me ha gustado del viaje porque me ha sorprendido muy gratamente ya que me esperaba una ciudad decadente, vieja, triste y estropeada (no sé por qué?). Es una ciudad preciosa que, en cierto modo, recuerda a Viena: muchos palacios y edificios monumentales, mucho verde. Muy animada, muy cosmopolita, señorial y moderna pero manteniendo, al mismo tiempo, el sabor antiguo otras épocas. Es realmente una ciudad encantadora y está muy bien cuidada.
Vista la ciudad partimos después de comer hacia el parque natural de Plitvice que es exactamente la misma formación que las lagunas de Ruidera, pero a lo bestia (16 lagunas en total y mucho más grandes). Ni que decir tiene que, por supuesto, no tienen nada que ver con las nuestras en lo que respecta a la especulación del terreno y la conservación: por supuesto allí no hay ni una casa, el agua está superlimpia, no se permite el baño y está todo cuidadísimo con unos senderos, todos hechos con tronquitos de madera, por lo que se recorre el parque eligiendo diferentes rutas. También hay barcos que cruzan de un punto a otro de los lagos más grandes. Nosotros cogimos uno y es un paseo genial porque todo parece en estado salvaje aunque cuidado al mismo tiempo. Lo único malo de la tarde es que llovió al principio un poco. A media ruta tomamos en una cabaña un café con leche calentito (que apetecía bastante porque hacía frío) y seguimos la ruta hasta salir del parque cuando se estaba haciendo de noche. El autobús nos esperaba y nos llevó al hotel Maĉòla (ver crítica en tripAdvisor) en plena naturaleza donde pasamos la noche. Con tanto silencio y tanto verde alrededor dormimos divinamente.
A la mañana siguiente emprendimos la marcha a Split donde visitamos, como más importante, el palacio de Diocleciano construido para su retiro y donde también murió. Lo llaman palacio aunque realmente es una ciudad completa con sótanos (muy interesantes), templos como el de Júpiter, panteón, etc. Al lado del panteón pudimos pasar por la calle más estrecha de la ciudad que tiene un nombre muy ilustrativo: “Déjame pasar, por favor”. Comimos en un restaurante de la ribera, el Topolino, -fatal, por cierto- y luego callejeamos un poco por la zona antigua.
A continuación continuamos bordeando la costa adriática hasta Dubrovnik.
El último día se pasaba completo en esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad desde 1979 y, por supuesto, toda peatonalizada. Por la mañana tuvimos una visita con guía (Paolo, “un puntazo”, un guía genial, muy divertido y simpático) en la que visitamos el convento de los franciscanos con la farmacia más antigua del mundo (1317), la iglesia de san Blas y el Palacio del Rector principalmente. Al acabar nos sentamos –más bien nos tiramos- en los butacones de una cafetería en la plaza a tomar unos cafés que nos costaron una pasta pero...¡qué bien se estaba allí mirando el ambiente de la plaza y la gente!. A continuación Domi y yo hicimos un gran recorrido por todas las callejas de la ciudad y entramos a la catedral (¡¡fea de narices!!) y a varias iglesias más, a la mezquita y algunos otros lugares.
Fuimos a tomar la comida (arroz con marisco) al puerto viejo y al terminar cogimos un barco y nos fuimos a la isla de Lokrum, donde pasamos la tarde entre aguas cristalinas, crepes de chocolate que nos zampamos con café, gaviotas y tranquilidad.
Al atardecer volvimos y nos subimos en el teleférico para ver desde el mirador la puesta de sol: ¡¡ESPECTACULAR!! Y visitamos la fortaleza y el museo de la guerra que es muy interesante. (proyectiles, armamento, bombas, fotos y vídeos de la guerra y de cómo quedó Dubrovnik tras ella)
Bajamos ya casi de noche y cogimos el bus para volver al hotel a cenar, pero....¡¡¡¡¡A medio camino me doy cuenta de que me he dejado la VISA en el teleférico!!!! Así que bajamos pitando del bus, cogimos otro a la ciudad vieja de nuevo y corriendo llegamos al teleférico que ya había cerrado aunque había un señor aún en la oficina que se portó estupendamente con nosotros: avisó a la cajera que se estaba cambiando de ropa y ésta salió, abrió la caja y nos dio la tarjeta; nos dijo que la tenía preparada y si no la recogíamos al día siguiente iba a llamar la central para notificarlo. Encantadores.
Y como no hay mal que por bien no venga, al perder la hora de la cena en el hotel nos quedamos a cenar en el casco antiguo, colsa que no íbamos a hacer pero de la que nos alegramos un montón porque fue estupendo. El ambiente indescriptible de agradable. Cenamos una ensalada de quesos y unas pizzas de muerte en una mesita al aire libre en una pequeña pizzería de una callejuela con un cantoautor en directo que cantaba canciones de los 80, mesitas de madera y luces amarilla en la pared de piedra. Después de cenar dimos una vuelta por la calle Placa que estaba a esas horas ambientadísima y ya tarde volvimos al hotel. A la mañana siguiente pasamos mucho tiempo en una cafetería frente al puerto tomando café y disfrutando del ambiente y de las últimas vistas de la ciudad. A las 11:30 nos recogió el bus y nos llevó al aeropuerto. El avión salió en punto y también llegó a Barajas a su hora. La vuelta genial y sin contratiempos. Sobre las 19:00 estábamos en casita de nuevo.

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BUCAREST (Semana Santa, 2010)

La semana santa de este año nos hemos decidido por conocer la capital de Rumanía, Bucarest; no obstante aún tenemos pendiente una ruta por los Cárpatos que hace tiempo tenemos en mente. Hemos pasado allí 4 días (del 30 de marzo al 2 de abril)
El viaje de ida estuvo bien, sin retraso y sin problemas para llegar hasta el hotel. Al salir del aeropuerto (que es muy pequeño) hay que cruzar la carretera y justo enfrente está la parada del bus que lleva al centro (hay que comprar el billete en el kiosko y vale sólo 1 €; no como en otras ciudades que te cuesta una pasta por ir al aeropuerto. Éste es un autobús urbano normal y corriente)
Pese al tráfico caótico, en una hora más o menos llegamos a la Plaza Universitii y de allí al hotel son unos minutos. El hotel que elegimos fue el Rembrand por las buenísimas críticas que tenía en TripAdvisor y, la verdad, es que fue un acierto porque pese a ser de tres estrellas es un establecimiento precioso, estupendamente ubicado y con mucho encanto (y uno de los recepcionistas habla –estudia- español y le encanta practicar con los huéspedes. He dejado mi crítica en Trip: http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g294458-d535187-r63239287-Rembrandt_Hotel-Bucharest.html#CHECK_RATES_CONT
Nada más llegar, nos instalamos en la habitación del ático que habíamos reservado y nos lanzamos, como es nuestra costumbre, a la calle a reconocer el terreno.
Comprobamos en seguida que estábamos en todo el centro. Cenamos en uno de los muchos restaurantitos de la zona al lado del hotel una estupenda “ goulash” y ensalada (sopa típica y muy consistente. Exquisita) y nos fuimos a dormir para coger fuerzas para el día siguiente.
El día 2º nos levantamos temprano y nos dirigimos a recorrer las calles del barrio antiguo: el pasaje Hanul Cu Tei (único pasaje de posadas que queda del antiguo Bucarest. “Árbol del Tilo Inn) Fue construido en 1833 por Anastasie Gheorghe Hagi Polizu y Popovici Stefan, en la calle comercial de Lipscani . También se le llamó la Bezesten de pe Ulita yegua cea un Marchitanilor ("La posada de la calle ancha de la Tienda"). Es la única posada en Bucarest que ha conservado su forma histórica. En ella se hospedaban comerciantes importantes de todo el país. Había 14 propietarios, cada uno con su tienda en la parte superior de las bodegas abovedadas y con profundidad. Sólo el pasaje peatonal y la sala de tutores eran de propiedad compartida.
Deambulamos un poco por las callejas y luego nos dirigimos a visitar la pequeña iglesia ortodoxa de Stavropoleos que es una verdadera preciosidad. Construidda en 1974 por un príncipe de la Valaquia, combina la arquitectura bizantina rumana con una preciosa fachada de columnas. Es una joya arquitectónica con bellos frescos e iconos religiosos. Recorrimos la Curtea Veche (La corte antigua) que son los restos del palacio que en el segundo tercio del siglo XV mandó construir el Príncipe (Domnitor) de Valaquia Vlad Tepes. Gran parte de las ruinas son restos de ampliaciones de épocas posteriores, dejaron también sus huellas en el edificio otros grandes nombres de la historia rumana como Matei Basarab,Cantacuzino, Constantin Brancoveanu, etc. Con lo que un pequeño palacio de unos 400 metros llegó a tener 25.000 metros cuadrados en el siglo XVII. La desidia de posteriores gobernantes sumado a guerras, terremotos e inundaciones (téngase en cuenta que el río Dâmboviţa pasa a escasos metros de allí) terminó por convertir el palacio en un puñado de ruinas a merced de saqueadores y un foco marginal, mientras que los dirigentes rumanos construyeron y habitaron otros palacios de la ciudad.
A continuación recorrimos el bulevard Regina Elisabetha en el que visitamos el Museo Nacional. Después y corriendo para que nos diera tiempo llegamos al Parlamento o Casa del Pueblo (o Palacio de Ceausescu) El Palacio del Parlamento Rumano (en rumano: Palatul Parlamentului din România), también llamado Palacio del pueblo, es un edifico de usos múltiples que alberga las dos cámaras de parlamento de Rumania. Según el libro de los Guinness Récords mundiales, es el segundo edifico administrativo más grande del mundo (después de El Pentágono). Se extiende sobre un área total de 350.000 m² y se ubica en la Ciudad de Bucarest.
El nombre original era Casa del Pueblo (Casa Poporului), pero se le cambió el nombre tras la caída del gobierno socialista. No obstante, muchos rumanos lo siguen llamando Casa del pueblo. Su construcción se inició en el año 1985 a instancias del presidente Nicolae Ceauşescu, bajo la dirección de la arquitecta jefe Anca Petrescu. Fue necesario el derribo de varios barrios de la parte alta de la ciudad con un total de doce iglesias, dos sinagogas, tres monasterios y más de 7.000 casas.
Los números de esta mole blanca son impresionantes: 12 plantas en superficie, 8 subterráneos, únicamente 4 terminados, 315.000 metros cuadrados de extensión, de los que más de 250.000 superan los 84 metros de altura y 25 metros de profundidad. Trabajaron más de 20.000 personas en turnos las 24 horas del día, miles de ingenieros y arquitectos.
Para su decoración se utilizaron maderas nobles (nogal, cerezo, olmo, roble), mármoles, alfombras de 5 cm de espesor, lámparas en bronce, aluminio y cristal con cientos de bombillas, candelabros de casi 2 metros de altura, puertas de 5 toneladas de peso, etc.
El palacio se compone de unas 40 salas, ideadas para banquetes y recepciones, despachos, habitaciones, etc.
Es impresionante la vista desde el famoso balcón bajo el que se extiende el bulevard Unirii (copia de los Campos Elíseos de París, ciudad por la que el presidente sentía una admiración enfermiza)
El resto de la tarde (pues ya era casi de noche al salir lo dedicamos a visitar la zona de la ciudad de la parte alta del río a donde llegamos siguiendo su curso. En primer lugar subimos al famoso monasterio Antim Con sus paredes interiores y exteriores pintadas con frescos de colores vivos y luminosos; después de picar algo y tomar café nos dedicamos a vagar por las calles del centro y la ciudad vieja (como la preciosa iglesia rusa, muy cerca del hotel). Rematamos cenando en un restaurantito y tomando una limonada en un bareto de moda de “la zona” (la limonada es como aquí la cerveza, la atienen en todos los sitios y todo el mundo la toma a cualquier hora como copa o acompañando a la comida)
El día 3 (1 de marzo) nos levantamos temprano, para variar, y comenzamos nuestra ruta que hoy era también a pie pero a toda la zona norte de la ciudad. Visitamos el Museo de Historia Natural, el parque Herastrau en que había una decoración especial (enormes huevos rojos de Pascua). La intención era ver el Museo al aire libre del campesino, pero estaba cerrado en restauración. Contemplamos el Arco del Triunfo (otra total imitación del que existe en Paarís). Dimos una vuelta por los jardines y nos metimos a una pizzería muy pijita, en el parque, a comer (todo muy rico). Por la tarde seguimos paseando, tomamos café en otra cafetería muy chic (hoy tocaban sitios guays) y visitamos el Museo del Campesino Rumano que estaba en un edificio precioso, pero el museo era un poco birrioso. Continuamos nuestro paseo después por la parte nueva de la ciudad hasta la hora de la cena.
El último día, callejeamos un poco y recorrimos algunas iglesitas coquetas de la zona vieja. En una placita cuyo nombre no recuerdo nos tomamos un café riquísimo frente a una de ellas.
A continuación fuimos a ver el Museo de Arte Moderno que se encuentra en una de las alas traseras de la Casa del pueblo. Por fuera está muy bien (tiene un ascensor transparente como el Reina Sofía) pero por dentro le falta mucho, mucho, mucho. Subimos a la terraza de la azotea que es chill out y nos tomamos un café disfrutando de las preciosas vistas y del día tan soleado que hacía.
Desde allí subimos a ver la Catedral Patrialcal que – dicho sea de paso- es impresionante. Es un recinto enorme, una verdadera obra de arte del siglo XVII y principios del siglo XVIII. Se le llama Patriarquía y está situada en las cercanías del Palacio del Parlamento, en el bulevar Unirii. Se comenzó a construir durante el mandato de Constantin Serban en 1654, y fue terminada en 1665 (aunque el campanario es posterior, de 1698). Las doce columnas de la fachada representan a los doce Apóstoles, y las torres no excesivamente altas invitan al recogimiento. De las pinturas originales sólo se conservan las de la parte superior de la puerta de entrada (las interiores son recientes y representan a personalidades y generosos donadores de fondos). En el interior de la Iglesia se celebran todas las ceremonias importantes ortodoxas y es la necrópolis de todos los patriarcas. El tesoro más valioso conservado en su interior es el ataúd de plata donde están los restos de San Dumitru Basarabov, patrón y protector de la ciudad.
Ese día debía de haber alguna celebración especial en ella porque estaba la televisión (por cierto que salimos en el reportaje) y había una enorme cola de gente para entrar; en el interior había una mesa (parecía de plata) y la gente pasaba gateando por debajo de ella varias veces. Fue muy interesante.
De ahí nos fuimos en metro al Jardín Botánico que “ni fu ni fa”, un poco descuidado aunque la ida hasta él fue interesante porque pudimos visitar zonas de la ciudad diferentes (más residenciales).
Rematamos nuestra última noche cenando en un restaurante chulo una exquisita sopa “goulash” para despedirnos. Paseamos por la ciudad antigua caída ya la noche y volvimos al hotel a preparar el equipaje pues al día siguiente partíamos por la mañana para España.
Para terminar, las cosas que más me han sorprendido de Bucarest son:
-La limonada (casera siempre, por supuesto) es la bebida típica en la ciudad
-El poco turismo que hay
-Sobre todo, me llamó muchísimo la atención lo parecidos que son a nosotros los rumanos, tanto físicamente como en sus gestos, forma de expresarse, forma de vestir, tono al hablar… Son iguales a los españoles. Quizá mi idea sobre ellos se basaba en prejuicios formados a partir de los rumanos que pueblan nuestras calles actualmente. Nada que ver con la realidad de ese pueblo. Los que vienen aquí son realmente gitanos y allí me dio la impresión de que es un grupo marginal igual que lo es aquí. La población en general no tiene nada que ver con este tipo de personas que, por lo que vi, allí también se dedican a mendigar por la calle.

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ESTAMBUL (Febrero, 2010)

Este año las chicas hemos pasado la Semana Blanca en Estambul, el segundo viaje exótico desde que visitamos hace unos años Marrakech; y muy de mi gusto, todo hay que decirlo.

Salimos hacia Estambul el sábado 13 de febrero y prácticamente, entre retraso del vuelo y demás, perdimos todo el día en el viaje. Nos hospedamos en el hotel Mina (Ver mi crítica en TripAdvisor: http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g293974-d304824-r63234245-Hotel_Mina-Istanbul.html) que estaba muy bien situado.
Nada más llegar, nos lanzamos a la calle a reconocer el terreno y tomar el primer contacto con la ciudad, y a picar algo.
El hotel está absolutamente céntrico por lo que bajamos paseando hasta la Mezquita Nueva y llegamos de chiripa porque ya estaban cerrando.
Hicimos unas fotos y buscamos para cenar un sitio que es un restaurante que está en una antigua cisterna, pero resulta que hoy parece que está cerrado y un señor muy amable nos recomienda otro en el que, al final, cenamos estupendamente; Restaurante Omar; y con muy bonitas vistas de la Mezquita iluminada.
El 2º día tocó dar un paseo por el Bósforo, lo primero. Bajamos hasta el embarcadero de Eminonu y allí pactamos un paseo en un barco no muy grande que tomamos en el muelle. Pasamos casi toda la mañana en esta excursión. El barco hizo un aparada en la zona asiática, para visitar el Palacio Beylerbeyi., al que se fueron todas menos Charo y yo que nos quedamos sentaditas en una cafetería-pastelería tomando un café calentito con un pastel.
Al llegar al muelle de nuevo, y bastante rápido, nos vamos a visitar el Palacio Topkapi (patios, museos, harem…) y al salir tomamos algo para seguir con el paseo que nos llevó a la Mezquita Azul y posteriormente, ya anocheciendo, vemos Santa Sofía por fuera y el Hipódromo. De ahó vamos a hacer la ruta de los bolsos de piel que está cerca; al final de una tortuosa calle que bajaba donde estaban las tiendas encontramos una antigua posada que se ha transformado en un preciosos mercado de artesanía, pero muy cool.
De ahí nos dirigimos al famoso restaurante Sarniç (el que está en una antigua cisterna). La cena, aunque estuvo bien, fue una pesadilla. Nos tomaron bastante el pelo ya que nos tuvieron esperando para la cena una hora de reloj con estúpidos y absurdos pretextos (la verdad es que estaban seguramente esperando que llegara más gente o ya habían quedado con esta gente previamente a una hora más tarde) El problema, al parecer, fue que la cena incluía concierto de violín y piano que cuando llegó ya no nos apetecía oír.
En resumen, no recomiendo en absoluto este restaurante. No tiene, parece, mucha clientela y el sitio tampoco merece tanto la pena; en Estambul hay muchísimos sitios mejores que éste.
De vuelta al hotel, hicimos unas compras de recuerdos y subimos a la terraza a echar un vistazo y hacer unas fotos.
El tercer decidimos dedicarlo, por la mañana, a compras y –cómo no- comenzamos por el Gran Bazar, allí nos separamos y unas se fueron a comprar piedras y otras nos tomamos un café y entramos al Bazar a ver los puestos. Y de pronto nos encontramos frente a frente con la infanta Elena y un grupo de amigos.
Desde el Gran Bazar subimos paseando por las calles del centro hasta la Mezquita de Suleimán, El Magnífico, el cementerio y el mausoleo. Cerca de éste se encuentra la zona de la Universidad que está repleta de restaurantes cutres y baratos, a tope de gente (estudiantes, trabajadores…), y en uno de ellos tomamos la comida (platos enormes y tradicionales, tipo fabada, elaborados en ollas gigantes) Todo muy rico y fuerte.
Para bajar la comida damos un paseo otra vez hasta el Gran Bazar y llegamos de nuevo a la zona de al lado del río, la Mezquita Nueva. Ahí, hechas polvo de la caminata, tomamos unos taxis y nos vamos a la parte nueva, por la torre Gálata y la zona de compras moderna. Unas se van a subir a la torre y otras nos quedamos dando una vuelta por la calle céntrica comercial. Para bajar desde la parte alta hasta el río tomamos un funicular con el que llagamos en unos minutos al río. Y de ahí cogemos un bus que nos lleva a unas al hotel y a otras a uno de los hamman más antiguos y conocidos de Estambul: el Cemberlitas donde nos damos un baño turco que nos deja como nuevas para ir a cenar a un restaurante cerca del hotel (O Ozler) todo muy de diseño, con camareros muy estilosos y guapitos y todo muy cool; la comida, riquísima. Allí coincidimos con unos paisanos.
El 4º día lo comenzamos en taxi al acueducto de Valens desde el que queremos hacer una ruta por iglesias bizantinas, pero comenzamos por la Mezquita Fatih y la espectacular del Sultan Selim. De ahí a la antigua iglesia de Pammakaristos y a la archifamosa San Salvador in Chora que es impresionante. Y ahí comenzó la aventura porque tomamos unos taxis (2, en concreto, para 10 personas) para ir al conocico y ortodoxo barrio de Eyüp donde se encuentra la mezquita y el mausoleo de Eyüp que fue el portaestandarte de Mahoma y un lugar santo de culto y peregrinaje para los musulmanes.
De ahí nos vamos al teleférico para subir al café de Pier Loti desde el que hay unas vistas espectaculares de Estambul y el Cuerno de Oro. Tomamos unas pastas con té a las que nos invita Carmen por su cumpleaños. Bajamos de nuevo, al atardecer, planeando en el teleférico sobre el cementerio, hasta el muelle para coger allí un barquito que nos llevará por el Cuerno hasta la ciudad, pero nos pasamos la parada en la estación marítima y vamos a acabar a la zona asiática de noche cerrada y como para que le dé un infarto a Charo a la que no le hace nada de gracia la aventura.
De chiripa logramos bajar en la otra orilla y subir al barco que nos devuelve otra vez a la zona conocida en el puente Gálata donde cenamos unos pescaditos en uno de los muchos restaurantes de pescado y de ahí volvimos andando al hotel.
El último día tras desayunar nos dirigimos a visitar la joya de Estambul: Santa Sofía. Pasamos en ella varias horas y después visitamos la cisterna que es impresionante. A partir de entonces nos separamos y unas se van a subir a la torre Gálata y otras nos vamos de compras.

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