MARRAKECH (Navidad, 2010)

Al fin hemos vuelto juntos a Marrakech, otra vez. El día 1 de enero (curiosa fecha 01/01/11) salimos con dirección a la ciudad roja. El viaje, bien. La carretera desde Albacete a Madrid, vacía. El avión sale “on time”, e incluso llegamos 10 minutos antes de la hora prevista; pero hay un “pero”: Ryanair se ha convertido en una pesadilla. Uno de los pasajeros lo ha definido como “el camarote de los hermanos Marx”.
La gente corriendo para coger sitio, cuando todos estábamos acoplados una azafata dice que hay una familia de cinco personas con niños (¡joder con los niños!) que tenían que sentarse juntos y que a ver quién les cambiaba el sitio (ALUCINANTE! Los pasmaos suben los últimos al avión en vez de hacer cola, como todos, para entrar pronto y sentarse con sus nenes. En fin, hay de todo en este mundo) Y para remate, una azafata con voz gritona, y que hablaba tan deprisa que casi no se le entendía, no dejó de parlotear, micrófono en mano, desde que salimos hasta que llegamos a Marrakech: que si los productos de belleza, que si papeletas para un sorteo, que si un calendario con las azafatas de Ryanair en bikini, que si el menú (que la chillona lee a voz en grito completo plato por plato). Azafatas y azafatos parecen, en general, histéricos; corren por el pasillo como desorientados. Y son unos pesados: no se puede leer, ni descansar, ni concentrarse en nada. Y ya ni hablar de las elevadísimas tasas por facturar equipaje que hace que todo el mundo acceda a la cabina cargado de maletas por lo que es absolutamente imposible dejar nada en los estantes superiores. Un horror. Nada que ver con el “low cost” de los comienzos. En fin, por lo demás bien.
Al llegar al aeropuerto que por cierto ha quedado muy bonito (la última vez que estuve lo iban a inaugurar y estaba todo en obras) y tras los trámites pertinentes, nos recoge el taxista que hemos contratado para que nos traslade al riad Karmanda donde nos recibe Ahmed muy amable con un té a la menta que está delicioso y que nos tomamos en el patio. Mientras, nos da unos planos e información acerca de la ciudad (que ya conocemos porque es la tercera vez que estoy yo; Domingo, la segunda)
Luego nos muestra la suit Majorelle que se encuentra en el último piso y a la que se accede por la terraza, que es la que hemos reservado. Cuelgo, como siempre, la crítica en TripAdvisor: http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g293734-d1576859-r94414190-Riad_Karmanda-Marrakech.html.
Dejamos la maleta y nos lanzamos a la calle. Vamos a la plaza de Jemma El Fna (ya teníamos “mono” de su ambiente), cambiamos dinero, compramos unas bebidas y nos comemos los bocatas que nos han sobrado de la comida mientras deambulamos por la plaza y contemplamos la Kotubiya. Tras este primer contacto volvemos al riad a descansar para coger fuerzas para mañana.
El 2º día desayunamos (tortitas, croissant, zumo de naranja y café con leche –que será lo que desayunaremos cada día con alguna pequeña variación) y nos vamos andando hacia la plaza (conforme hemos ido y venido ya varias veces desde la plaza hasta el riad nos damos cuenta de la buena situación que tiene; casualmente está justo al lado del que cogí la última vez, el riad Bakara) y de ahí vamos a visitar el palacio Al Badi con sus murallas llenas de cigüeñas; desde aquí nos acercamos al palacio de La Bahía (“La Bella”).
Hay algunos sitios en los que ya hemos estado y a los que no vamos a ir en esta ocasión (La Menara, las tumbas saadíes o un hamman), pero estos palacios, el museo o la medersa de Ben Youssef sí se merecen otra visita. Al salir callejeamos un poco antes de entrar al museo etnográfico, Dar Si Saïd, desde el que nos vamos a dar una vuelta por los zocos y a comer en un restaurante típico, el Dar Mimoun; el sitio bonito y muy agradable pero la comida, nada del otro mundo (de hecho el cus-cus de verduras lo he probado muchísimo mejor en sitios muchísimo más cutres). Después de comer damos un paseo por la avenida de Mohamed V hasta el barrio nuevo de Guéliz que es como todos: Zara, Mango, Stradivarius… Como queremos ir pasado mañana a Essauira a pasar el día, alargamos un poco más el paseo hasta la estación de trenes y luego a la de los autobuses que van a este pueblo costero, pero nos llevamos un chasco porque al ser año nuevo todo está completo para mañana, y para pasado podemos ir pero podríamos tener problemas para volver por lo que descartamos esta excursión.
Volvemos a la zona vieja pasando por la Kotubiya y por el parque de detrás y nos sentamos en una mesita de Le Glacier a tomar un té y contemplar el espectáculo que supone la plaza por la noche. Cuando nos entra el hambre nos dirigimos a los chiringuitos y en uno de ellos nos tomamos unos calamares, salchichillas, patatas fritas y poco más, aceitunas y salsas picantes y aderezadas.
Al día siguiente, tras el desayuno, hacemos un rato la fotosíntesis en la terraza del riad -y a poco estamos de quedarnos dormidos al sol. La visita de hoy comienza por los jardines Majorette, de Ives Saint-Laurent, que no conocemos. Vamos a la plaza a tomar un taxi y nos despistamos con el preacuerdo del precio por lo que el sinvergüenza del taxista nos cobra 100 dh., es decir, 10 € (a la salida nos volvemos en autobús, el nº 4, que nos deja en la misma plaza por 7 dh. los dos, o sea, 0,70 €; o sea, que nos han timado en toda regla. Los jardines son bonitos y pequeños, pero con una enorme colección de cactus impresionante. Todo muy colorido y muy cuidado (ya se puede a 6 y pico € que cuesta la entrada y que es una pasada teniendo en cuenta que eso es lo que vale el ticket para ver la medersa de Ben Youssef, el museo y la fuente; pero es agradable el paseo por ellos y muy chula la exposición que hay en el museo interior donde se exponen algunos trajes diseñados por el modisto e inspirados en Marrakech que quitan el hipo (sedas, oros, tafetanes, rojos, amarillos, naranjas, buganvillas….)
El bus nos deja en la plaza y desde ella, atravesando todos los zocos –en los que aprovecho para comprar algunos encargos- llegamos al museo, la impresionante medersa y la ruinosa fuente. Nos acercamos a Dar Moha para comer, pero ya habían cerrado (se nos ha hecho tarde) así que comemos en Chef Abhelhay, un sitio cutre, cutre y pintoresco, pintoresco donde encima de hules pudimos degustar una parrillada mixta, que estaba riquísima, con ensalada y té. Callejeamos un poco más y paseando volvimos al riad para disfrutar un poco de él al atardecer; nos sentamos en la terraza, al sol, tomando un té a la menta hasta que se puso el sol. Entonces nos encaminamos de nuevo a la plaza y nos colocamos en la terraza superior del vecino del Tubkal (Puré de verduras, pastilla y té) Dimos unas vueltas por la zona y nos fuimos a dormir.
El último día, como nos falló el plan de Essauira, decidimos improvisar y pasarnos el día perdidos por las callejuelas de la medina descubriendo rincones nuevos. Nos lanzamos a la calle bastante tarde (nos en la terraza al sol casi una hora porque era muy agradable y se estaba allí ¡de muerte!) Y dicho y hecho, nos perdimos por una zona cerca de los palacios y que no conocíamos en la que apenas se veían turistas (allí encontré al fin unos jabones artesanales que me encargó Esperanza, tarea difícil, porque aquí el jabón típico es una pringue grasienta que venden a cucharadas y que parece cera de las piernas a medio derretir)
Cuando volvimos a la plaza vimos un autobús turístico parado cerca de la Kotubiya y lo cogimos (por 14 € puedes usarlo durante todo el día, bajar y subir y tiene dos recorridos: la zona vieja y nueva, y el palmeral) Hicimos la primera ruta entera, luego bajamos a comer en Jemma El Fna en la terraza del resturante Terrace Panoramique en el que primero te colocan las bebidas y después cuando pides el menú que está anunciado abajo y que figura en la carta, te dicen que sólo hay el menú caro y del otro prácticamente no tienen ningún plato. He constatado, con bastante pena, que Marrakech está cambiando muy rápidamente; desde la primera vez que vinimos, el cambio es notorio: a peor. Antes era impensable que intentaran timarte, o al menos no lo hacían con la desfachatez con la que lo hacen ahora (los taxistas, los camareros, los restaurantes que siempre anuncian platos que luego casualmente no tienen (si es medio día resulta que lo hacen por la noche; pero la noche anterior te habían dicho que ya no quedaba y que era por el día cuando había). Los niños eran pesados pidiendo, pero no se atrevían a tocarte y ahora poco menos que te amenazan para que les des algo. Una pena pero el turismo está destrozando la ciudad y a sus gentes, antaño tan hospitalarias.
Después de comer volvimos a tomar el autobús turístico e hicimos la ruta del palmeral. También me sorprendió que está bastante descuidado y que me pareció que permiten construir casas (mansiones y spas) en su interior.
En fin, un paseo agradable.
Para rematar, volvimos a hacer el recorrido del casco histórico “at night” y luego nos acercamos al riad a hablar con Ahmed para reservar el taxi de mañana al aeropuerto y ultimar los detalles del pago. Descansamos un rato y nos tiramos de nuevo a la marabunta de la medina. Cenamos en los tenderetes de la plaza (que hay que decir que es donde mejor está la comida, más barata y no tratan de engañarte): harira, brochetas mixtas y de verduras y “olives”; todo muy rico.
Cerramos la estancia en Marrakech con un té a la menta y un cuerno de gacela (que estaba “de muerte”) en la cafetería inglesa de la plaza.
A la mañana siguiente, desayunamos y nos subimos a la terraza a tomar un poco el sol mientras esperábamos a Ahmed y el taxi que nos llevó al aeropuerto.
Ryanair otra vez, pero en esta ocasión los azafatos estaban más tranquilos y el viaje transcurrió sin gritos ni carreras. Mucho más agradable.

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