CUENCA (Puente del Pilar, 2009). Con los amigos

El puente del Pilar ha sido la fecha elegida para llevar a cabo la excursión que cada otoño realizamos con los amigos de La Roda; ya se está constituyendo en tradición hacer, como mínimo, dos excursiones al año, una en primavera y otra en otoño.
El lugar elegido en esta ocasión ha sido Cuenca, la zona de las Hoces del Júcar, cerca de la ciudad y de un pequeño pueblecito llamado Valdecabras, en el que, por cierto, vive nuestro amigo Eduardo quien dejó hace años la enorme urbe de Madrid para retirarse a este bucólico paraje donde vive, en palabras de Fray Luis de León, “alejado del mundanal ruido”.
Volviendo a nuestra escapada, el encargado en esta ocasión de buscar alojamiento fue Ufe que eligió unas cabañas en el Caravaning Cuenca Camping. Hay que decir que no habíamos estado nunca en unas cabañas tan bien preparadas; basta mencionar que tenían baño privado en cada habitación con una ducha de mármol travertino.
La capacidad de éstas era de 6 personas distribuidas en dos habitaciones (una doble twin y otra con cama de 1,50), más otras dos en un sofá-cama. En nuestro caso no durmió nadie en el sofá por lo que compartimos la cabaña sólo con Juan Antonio y Sonia. No diré más sobre el alojamiento ya que dejo, como siempre, mi crítica y mis fotos en Tripadvisor:http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g262065-d1452124-r46996746-Camping_Caravaning_Cuenca-Cuenca_Castile_La_Mancha.html#CHECK_RATES_CONT
Aunque algunos del grupo llegaron al lugar en la tarde del viernes, nosotros lo hicimos el sábado por la mañana que, como no había que trabajar, nos levantamos un poco tarde y llegamos a Cuenca casi a la hora justa de comer, lo cual se hacía en el restaurante del camping. Verdades valgan, la comida fue un poco caótica, por lo lento del servicio. Mi opinión es que no esperaban tal cantidad de personas y se vieron en la necesidad de hacer frente a un lleno absoluto sólo con dos chicas sirviendo las mesas; no obstante, no teníamos prisa ya que estábamos de vacaciones por lo que lo tomamos, en general, con humor. Yo debo decir que la fideua que me tomé un codillo digno del Edelweiss madrileño, de los mejores que he probado en mi vida.
Por la tarde, tras acomodarnos en las cabañas correspondientes, nos fuimos algunos de nosostros a dar un paseo por la zona del río. Una verdadera maravilla. Casi desde el camping parte un carril bici (independiente de la carretera) que llega hasta Cuenca; hacia la mitad del camino, en el desvío a Valdecabras, se puede cruzar a la otra orilla del Júcar y tomar una senda que avanza paralela al cauce y que es un lugar verdaderamente paradisiaco. Una gozada para pasear a pie o en bicicleta; también había muchísimos escaladores por toda la zona, en las verticales paredes de ambas márgenes.
Con el sol poniéndose, se nos ocurrió acercarnos a Valdecabrasa y visitar a nuestro amigo Eduardo que, como siempre, tenía en su casa compañía, en este caso se trataba, según nos dijo, de unos amigos de Madrid que habían ido a verlo. Lo pillamos en plena faena, fregando una enorme paellera, pista indudable de que se habían zampado una buena comida. Mientras lo esperábamos nos tomamos en el café del pueblo unas cañitas y luego nos condujo a una zona del monte donde ahora se dedica a tallar en la piedra grandes y originales esculturas. Desde la atalaya en la que nos encontrábamos contemplamos el atardecer.
Nos despedimos y volvimos al camping para la hora de la cena, que también fue algo caótica, aunque la comida que sirvieron no estuvo mal.
A continuación Domingo y yo nos acostamos, pero el resto se quedó de charla tomando unos cubatitas en una de las cabañas.
El segundo día amaneció con mejor tiempo incluso que el primero; parecía no haber terminado el verano. Desayunamos y cogimos los coches para ir a visitar una zona cercana llamada Las Majadas que constituye un paraje de formaciones rocosas, como la Ciudad Encantada pero en pequeño. Allí pasamos la mañana y a medio día volvimos al camping a comer. Por la tarde, algunos se fueron a coger setas por los alrededores; otros, a dormir o descansar o ver el fútbol. Yo me quedé en mi cabaña con mi portátil y con mis fotos.
Por la noche, volvimos al restaurante a cenar; esta vez todo estuvo más organizado pues habíamos encargado una comida “light”: ensaladas, carne a la brasa y orza (salchichas, guarrilla, morcillas, lomo, costillas, panceta…) Todo estaba, la verdad, buenísimo.
Aunque hacía bastante fresco por la noche, pues la temperatura descendía mucho respecto al día, nos sentamos todos en la puerta de una de las cabañas a charlar, bromear, contar tonterías, tomar unos cubatas o zumos, en mi caso, y reírnos mucho. Fue un rato muy agradable. También decidimos el plan para el día siguiente: visita a Cuenca.
Y así llegamos al lunes, el último día de nuestra estancia. Después de desayunar nos dirigimos, como habíamos acordado la noche anterior, a Cuenca; pero no por la carretera nacional sino por una carreterita de montaña que nos habían indicado en el camping y que resultó muchísimo más bonita y agradable, con vistas estupendas y que nos condujo directamente a un aparcamiento en la parte alta de la ciudad donde pudimos, sin problemas, aparcar los vehículos.
Paseamos durante la mañana por las calles de la ciudad, visitamos la catedral y las casas colgadas y – cómo no- cruzamos el puente de San Pablo. Posteriormente nos sentamos en una terracita de la plaza a tomar unas birras y unos trinaranjus (los niños y yo)
A continuación subimos paseando de nuevo a coger los coches y volvimos a las cabañas a comer. Algunos se fueron por la mañana, pero los que nos quedamos habíamos encargado unas paellas que nos estaban prácticamente esperando al llegar.
Tras los cafés reglamentarios todos volvimos a recoger nuestros bártulos con idea de marcharnos, pero como era el santo de Pilar, nos invitó a unos “miguelitos” así que, dado que ya se había marchado casi todo el mundo que había en el resto de cabañas (el camping estaba a tope este fin de semana), montamos un chiringuito al exterior con mesas y sillas para degustar los dulces típicos de la Roda en sus dos versiones: tradicional y de chocolate, regados a su vez con los cubatas pertinentes.
Ufe dedicó este rato a hacer las cuentas “para que nadie se fuera sin pagar” y , cumplido este requisito indispensable, cada cual cargó su coche, se despidió de los amigos y emprendió el viaje de regreso.
Ha sido un fin de semana estupendo. Niños y mayores lo hemos pasado muy bien por lo que ya estamos pensando en cuándo y dónde será el próximo; aunque para ello hemos de esperar algunos meses a que llegue de nuevo el buen tiempo.

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