MARSELLA Y LA PROVENZA (Abril, 2022)

Esta Semana Santa, después de dos horribles años de pandemia, sin haber podido salir de España por miedo a los contagios, ¡por fin!, hemos vuelto a subir a un avión con destino la Provenza y, en concreto, Marsella, donde hemos pasado una semana disfrutando de la vuelta a la casi normalidad.

Sábado, 9 de abril

Salimos con retraso (¡cómo no, esto es España!) del aeropuerto de Alicante. Durante la espera se me ocurrió reservar un free tour para mañana por la mañana (con Guru Walk) que nos servirá de primer contacto con la ciudad.
En el aeropuerto de Marsella nos esperaba un taxi (reservado en Booking que nos salió bastante bien de precio) pues, dadas las horas de la noche a las que llegamos, no nos queríamos arriesgar a no poder recoger las llaves del apartamento esperando un autobús. El aeropuerto está bastante lejos del centro de la ciudad y tardamos media hora en llegar, pero un rato después, recogidas las llaves en el bar Marengo (donde nos las dejó la anfitriona), abríamos la puerta del que iba a ser nuestro hogar durante la próxima semana, un apartamento reservado por Airbnb (como siempre) y que se encuentra en una zona animadísima, en el puerto viejo. El apartamento decepcionó un poco  pues estaba mucho más desangelado que en las fotos (posteriormente nos enteramos de que la dueña lo tenía puesto en venta y creemos que lo había desmantelado ya y había dejado solo lo imprescindible)
Nos instalamos y preparamos el planning para el día siguiente.
 
Domingo, 10 de abril. Marsella

Lo primero que hemos percibido al salir a la calle es que en Francia ya hay normalidad, o algo parecido. Salvo en el metro y transporte público ya no es obligatoria la mascarilla en interior ni en exterior. Es una sensación extraña y maravillosa poder respirar e ir a cara descubierta por todas partes.
Desayunamos un croissant y un café “au lait” en una terracita del puerto viejo, núcleo de la antigua Marsella, y hacemos tiempo hasta la hora del tour recorriéndolo.
El  paseo que rodea el puerto viejo es muy agradable (dentro del caos de ciudad que es Marsella) . Llama la atención un espejo gigantesco a modo de pérgola, sostenido por soportes de acero inoxidable, que llaman L´Ombriére (la sombra), una construcción monumental de techo de espejo que fue un regalo de Norman Foster a la ciudad en 2003 cuando fue elegida capital europea de la cultura



A continuación nos dirigimos al punto de encuentro para iniciar el free tour de dos horas que hemos reservado con los "Paraguas azules", con nuestro guía brasileño Yan. El recorrido comienza por el maravilloso puerto viejo, una cala natural y el lugar de nacimiento de la ciudad. Subimos por una avenida hasta la zona arqueológica del antiguo puerto (donde estuvo el original) y donde se ubica el Museo de la Historia del Puerto Viejo de Marsella.

Nos dirigimos a continuación hacia la zona norte del puerto y  nos adentramos en el barrio más antiguo de Francia, Le Panier, donde encontramos monumentos (de ayer y de hoy). 


El primer edificio importante que contemplamos es el conocido como Hôtel de Cabre o Maison de L´Echevin de Cabre, que es la casa más antigua de la ciudad que sigue en pie tal como estaba en el origen; desde 1941 ha sido monumento histórico.

El edificio consta de tres plantas y está situado en la esquina de la rue de la Bonneterie y Grande rue, en el antiguo barrio de LePanier. Fue construido en 1535 cerca del puerto viejo, por orden del Cónsul Louis Cabré , segundo Cónsul de Marsella en 1544.

Además de la antigüedad, el edificio tiene otro dato curiosísimo: en el momento de la reconstrucción del barrio portuario, tras el devastador ataque de los alemanes en 1943, la casa completa se giró 90 grados. Increíble.

Le Panier es un barrio con mucho sabor. En él se mezclan los edificios más antiguos con calles y tiendas postmodernas. Es maravilloso recorrer sus intrincadas callejuelas, contemplando las casas de piedra que las flanquean y comparten espacio con un ambiente muy hippy y alternativo; por todas partes hay muchísimos grafittis y tiendas modernillas. 



Continuando con la visita, pasamos junto al nuevo Hôtel Dieu que abrió sus puertas para el evento "Marseille Provence 2013"; se trata de un antiguo hospital situado en la cima de una pequeña colina desde donde se domina toda la ciudad que fue reconvertido en hotel de 5*.
Hôtel Dieu es un término genérico de la Edad Media para designar el principal hospital de la ciudad. Se trataba de establecimientos benéficos situados generalmente cerca de la catedral y gestionados por el Obispo. Acogía a todos los desposeídos, a los desafortunados, a los ancianos y a los enfermos. En Marsella, esto no era una excepción. Sus orígenes se remontan a la Edad Media, después de la 2ª Cruzada que marcó la derrota de los ejércitos franceses y de los numerosos heridos de guerra que fueron descargados en Marsella. En 1166, la apertura del hospital del Espíritu Santo, situado en el barrio de Les Accoules, abrió sus puertas a muchos enfermos y necesitados, pero también a niños abandonados. En la actualidad se conservan los restos de una capilla del siglo XII. Desde la planta baja del Hôtel-Dieu se puede admirar su suelo de mosaico. En 1593, los hospitales Saint-Jacques de Galicia y Saint-Esprit se fusionaron bajo el nombre de Hôtel-Dieu.

https://madeinmarseille.net/5419-hotel-dieu-intercontinental-marseille/

A continuación tomaremos el ascenso "des Accoules" para llegar a la Plaza des Moulins y su maravillosa historia antes de continuar recorriendo el Panier. 

Hacemos una parada en una pastelería antigua y compramos las famosas “navettes”, galletas típicas de Marsella, llamadas así porque tienen forma de nave y porque las llevaban en los viajes ya que son muy duras y no se rompían; compramos de limón, naranja y anís (por probarlas está bien, pero no son nada especial y están duras)
El recorrido culmina bajando hasta la zona del puerto nuevo y visitando la Catedral de la Mayor, un imponente edificio, único en su género en Francia, que evoca el Oriente por su estilo románico-bizantino y que se yergue en una explanada fuera de la ciudad, entre los barrios del Puerto Viejo, Le Panier y La Joliette. Llamada Catedral de la Major por los marselleses, está situada a dos pasos de la MUCEM y del Fuerte Saint Jean. Es uno de los emblemas de Marsella porque es única y representa todo el poder de la ciudad. Es la única catedral construida en Francia en el siglo XIX. Sus espectaculares dimensiones son similares a las de la Basílica de San Pedro de Roma, lo que le permite acoger hasta 3.000 personas. Este exceso tenía por vocación mostrar el poder de la ciudad Foceana, visible desde el mar.
Construida en estilo bizantino, es una de las iglesias más grandes de Francia. Fue construida durante 40 años, entre 1852 y 1893, cuando Marsella era el primer puerto de Francia y servía como puerto de escala para barcos de todo el mundo. 



Desde la basílica nos acercamos al MuCEM (Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterraneo), justo al lado, una de los lugares más visitados de la ciudad gracias a su arquitectura moderna que se encuentra unida al Fuerte St. Jean por una pasarela que cruza de un edificio a otro.


En este punto termina el tour y nosotros nos volvemos a LePanier, y comemos en una plaza llamada Plaza de Lenche llena de terracitas muy animadas y caras. Menú del día 28€ solo primero, segundo y postre con bebidas aparte; pedimos ensaladas de queso azul y jamón de pato, carne y pescado del día a la provenzal y tiramisú, y una cerveza grande (7€) y un vino (6€); la broma nos salió por casi 70€. La verdad es que todo estaba riquísimo con ese sabor característico que solo tiene la comida francesa, pero muy caro todo. (Al terminar el viaje recordaríamos que este fue el sitio donde mejor comimos comida con sabor típicamente francés)





Damos unas vueltas por el puerto viejo y decidimos coger barco para visitar la Isla de If. Compramos un ticket con la misma compañía que hace la excursión a Calanques (Compagnies Maritimes Calanques y Chateau D´If), de ida y vuelta, por la bahía de Marsella e Isla de If con la entrada al castillo incluida (11+6 por persona). Más cerca del techo de cristal hay otro pequeño muelle de la compañía Lebateau con barcos que sale también hacia la isla, al mismo precio, pero sin opción de entrada al castillo que debe sacarse en él. Hemos preferido la primera opción y nos hemos ahorrado la cola en la taquilla al llegar.
También hemos decidido que, en vez de ir al parque de Calanques en coche, como íbamos a hacer, iremos en este minicrucero ya que los acantilados (que son el plato fuerte del parque) se ven mejor desde el mar.
El viajecito en barco hasta If es muy agradable y ofrece unas vistas espléndidas de la ciudad desde el mar, pero se hace muy corto; una vez en la isla entramos al castillo que es pequeñito pero muy coqueto. 

Este castillo es donde está ambientada la famosa novela El Conde de Montecristo, de Alejandra Dumas; es la prisión en la que se halla encerrado y de la que se escapa haciéndose pasar por un cadáver arrojado desde una ventanuca.




Hacemos unas fotos y volvemos a coger el barco para regresar a la ciudad. 


Damos unas vueltas por el puerto viejo y de ahí nos dirigimos al Museo de la Historia del Puerto Viejo de Marsella, pero está cerrado así que buscamos un supermercado abierto, compramos provisiones para desayunos y cenas y volvemos a descansar al apartamento. Cenamos. Vemos unas pelis en español de Neflix y mañana a las 10:00 tenemos que recoger nuestro coche (en Sixt de la estación St. Charles).
Nuestra primera impresión de Marsella (que sería la misma que la impresión final) es que es una ciudad destartalada, muy caótica, estresante, el tráfico es un horror porque nadie respeta nada y los patinetes y motos, además, campan a sus anchas por calzada, aceras y plazas peatonales a toda pastilla. Da la impresión de estar un poco abandonada y bastante sucia. Muchos edificios ruinosos, o con pinta de ruinosos, y con fachadas y ventanas sucias; muy pocos restaurados y todo en mal estado. Los portales en el interior, igual. Nos recuerda muchísimo a la impresión que nos causó Nápoles. Hemos bromeado mucho comentando que esta ciudad es “Nápoles con los letreros en francés”.
 
Lunes, 11 de abril.  Aix en Provence y Lourmarin

Tras el desayuno nos dirigimos en metro a la estación para ir a la sucursal de Sixt Rent a Car donde tenemos reservado un coche durante 4 días. Nos cuesta un poco dar con la oficina ya que la estación de tren de Marsella es enorme y el Google Maps se ha vuelto loco y no reconoce la dirección. Finalmente llegamos, hacemos el pepeleo y salimos con nuestro Fiat 5 en dirección Aix en Provence.
Alquilar un coche está genial porque te aporta independencia y se pueden visitar muchas más cosas, pero en algunos lugares como Francia, donde todos los centros de ciudad son peatonales o no hay plazas de aparcamiento en la calle, es un horror la cuestión de dónde dejar el vehículo y, salvo que se sepa de algún sitio, lo casi obligado es dejarlo en un parking y pagar por ello.
En el centro de la ciudad de Aix en Provence hay varios parkings y dejamos nuestro coche en el primero que vemos, Mignet, que resulta un acierto ya que está a un paso del caso antiguo. Nos acercamos a la oficina de turismo, que está a un minuto en la Plaza del General De Gaulle junto a la emblemática y de enormes dimensiones “Fuente de la rotonda” a pedir información, y son tan amables que salimos con 1000 planos de toda la Provenza. Como digo, muy amables y además hablan español lo cual se agradece muchísimo.
En el plano que nos dan de la ciudad hay un itinerario marcado que recorre a pie toda la zona antigua (toda, por supuesto, peatonal)


La avenida principal es el Cours Mirabeau, un boulevard  que separa la ciudad vieja, al norte, de la zona barroca, al sur. Comenzamos la visita por esta última pasando por la Rue Cardinale hasta la Plaza de la Fuente de los Cuatro Delfines, una placita recoleta rodeada de palacios como el Hôtel de Boisgelin con un precioso patio de carrozas de 1667.
Continuando por esa misma calle se llega al Musée Granet, situado en el antiguo palacio de Malta, que exhibe colecciones de obras desde Rembrandt hasta Cezanne, pasando por Ingres. Desgraciadamente no podemos verlo porque es lunes y ese es el día en que cierran los museos.
Junto al lado se encuentra la Iglesia de San Juan de Malta, del siglo XII, que es el primer edificio gótico de la Provenza.
Seguimos callejeando por rue D´Italia y du Maréchal hasta llegar a la rue de la Ópera y, de nuevo, al Cours Mirabeau para entrar a continuación a la zona antigua donde visitamos la plaza d´Albertas (un conjunto con fuente central barroco con decoración rococó, construido para el marqués de Albertas siguiendo la moda parisina de las fuentes reales), el Palacio de Justicia (con una fachada impresionante a las plazas Verdun y Prechêur) que fue construido sobre un antiguo palacio de los Conde soberanos. Hay unas placas de vidrio en el suelo de la plaza que permiten ver una parte de la fachada original, un sótano y la antigua rue du Palais; también se pasa por la iglesia de la Madalena y otros edificios curiosos. 



El rincón más especial es la plaza del ayuntamiento, de fachada italiana, puertas de madera esculpida (1670) y un campanario con un reloj astronómico de 1661 y un poco más arriba se llega a la extraordinaria catedral de Saint Sauveur, una mezcla de diferentes estilos arquitectónicos desde el siglo V al XVIII. Fue construida sobre un antiguo templo romano en honor a Apolo y, en el interior destaca la capilla anexa, muy antigua, con un batipterio octogonal con el que se sustituyó la piscina bautismal (aún más antigua) que se puede ver también bajo un cristal en el suelo. Merece la pena entrar.

Con esto damos por finalizada la ruta y nos tomamos unas pizzas en la zona antigua y un café en el Cours Mirabeau.

Plaza del Ayuntamiento

De ahí, cogemos el coche (8€ y pico por unas horas de parking) y emprendemos el camino a un pueblecito que nos han recomendado llamado Lourmarin, etiquetado como "uno de los pueblos más bellos de Francia". Es el típico pueblecito provenzal encantador. Los callejones estrechos y sinuosos, típicamente mediterráneos, serpentean a través de hermosas casas antiguas, plazas sombreadas y fuentes; representa todo el encanto de la Provenza de la época de Albert Camus, que vivió y escribió en Lourmarin, y que también está enterrado aquí. 




El pueblo entero es peatonal por lo que el coche debe quedar fuera; pero en este caso no hay problema ya que hay un parking bastante grande gratuito a unos metros de la entrada a la villa. 
Lo primero que llama la atención es el castillo (en el que, por cierto, estaban rodando una película) La entrada vale 7,50€ pero merece muchísimo la pena porque el castillo es una maravilla. Hay paneles informativos con 13 puntos de interés en los que hay que detenerse y que se explican en unas hojas que entregan a la entrada. Además parece habitado porque está amueblado.
El castillo data de los siglos XV y XVI y se encuentra frente al pueblo, en un entorno excepcional, sobre una pequeña loma.





Fue construido sobre los restos de la antigua fortaleza del siglo XII y es el primer castillo renacentista de Provenza que, al igual que otros de la zona, fue construido como residencia de los grandes condes. El ala renacentista es la única parte abierta al público. 



La escalera de caracol es una curiosidad que no hay que perderse, al igual que los apartamentos ricamente amueblados. En verano, el castillo se convierte en residencia de artistas, y regularmente se ofrecen conciertos en las terrazas. Esto le valió el apodo de "Villa Médicis". 


Tras la visita al castillo recorremos el pueblo durante un rato perdiéndonos por sus callejuelas (que son pocas porque es diminuto) 









Terminado el recorrido volvemos a Marsella con un tráfico infernal, como es normal aquí.
Al llegar hemos tenido suerte ya que hemos logrado aparcar gratis en la calle muy cerca del apartamento, lo que es un milagro.
Descansamos un poco y vamos a cenar a un sitio que nos han recomendado por dos partes y que está justo debajo de nuestro apartamento, literalmente, bajo nuestra habitación está uno de los salones del resturante. Se trata de una pizzerá llamada Fuxia que no está mal de precio y tiene un servicio fabuloso; por eso estaba hasta la bandera. Cenamos lasaña de salmón y espinacas y lingueli a la carbonara, con vino y cerveza, y nos salió por 45€ que, para ser Francia, está bastante bien. ( https://www.fuxiamarseille.com)
 
Martes, 12 de abril.  Arlés 

Hoy hemos visitado Arles, ciudad declarada por la UNESCO patrimonio de la Humanidad en 1981 por todos los vestigios romanos y románicos que alberga en su centro histórico. 
En nuestra opinión hay que dedicar un día entero a recorrerla ya que tiene muchos monumentos interesantes. Es la ciudad que inspiró a Van Gogh y donde vivió en un cuarto que reprodujo en el famoso cuadro “mi cuarto en Arlés”, cuarto que desapareció en los bombardeos de la guerra.
Es una ciudad preciosa bañada por el río Ródano, fundada por los griegos en el siglo VI a. C. bajo el nombre de Theline. En el año 46 a.C. fue colonizada por César, llamándose "Arelate" y con Augusto se convirtió en importante colonia romana y se transformó en una ciudad importante, con un canal que la conectaba con el mar Mediterráneo. 
Hoy, como digo, hemos visitado esta ciudad pero antes de llegar a ella nos hemos desviado hasta la Abadía de Montmajour, lugar que nos han recomendado y que se encuentra a 5 km de Arles; merece muchísimo la pena. 


Se trata de una antigua abadía benedictina cuya construcción comenzó en el 785 sobre unos antiguos baños romanos. En la iglesia se conservan varios monumentos funerarios y también, en el exterior, una zona de tumbas excavadas en piedra; pero lo que más nos ha sorprendido, es la zona inferior, ha sido el eremitorio: una capilla tallada en piedra, con columnas donde se retiraban los eremitas y que es prácticamente exacta a la que vimos en el Monasterio de Suso, en San Millán de la Cogolla. La entrada vale 6€ y con ella hacen descuento en el resto de monumentos de Arlés.







Terminada la visita nos dirigimos a la ciudad y logramos aparcar el coche al otro lado del río (¡gratis!) junto al supermercado Les Tois Mousquetaires.


Cruzamos el puente sobre el Ródano y nos dirigimos, lo primero, a la Fundación Van Gogh que es un edificio moderno que no tiene del pintor nada más que el nombre ya que no posee ningún cuadro suyo. Hoy había uno expuesto, la mariposa, que ha sido prestado temporalmente por el museo de Amsterdam. El museo está dedicado a pintores modernos con exposiciones temporales. Un poco decepcionante. SE puede subir a una terraza que ofrece bonitas vistas de la ciudad





Azotea de la Fundación Van Gogh

De ahí nos dirigimos a la famosísima Arena, un anfiteatro romano con capacidad para 21000 personas que fue construido en el año 90 d.C. Se conserva bastante bien, aunque el uso de piedra arenisca le está pasando factura ya que acusa un gran desgaste.
Comemos en un local, recomendado en TripAdvisor, Saveurs et Terroirs, justo frente al monumento; aunque el local tampoco es nada del otro mundo (sandwiches, croque monsier, croque madam…¡comida rápida francesa en unas mesitas en la calle; eso sí, junto a la Arena!).


Cerca del anfiteatro se encuentra el teatro construido a finales del siglo I a.C. y con capacidad para 10000 espectadores. En ambos se celebran espectáculos en la actualidad.


De aquí nos dirigimos al centro de la ciudad antigua, donde se encuentran varios monumentos impresionantes: uno de los edificios más recomendados es la iglesia de Saint Trophime: impactante; es un edificio románico y uno de los lugares calificados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, dentro del Sitio «Monumentos romanos y románicos de Arlés».


El origen de esta iglesia hay que encontrarlo nada menos que en el año 606, momento en que existió un antiguo templo que podría estar dedicado a San Esteban. Aunque de esta época se conservan escasos vestigios. La iglesia actual de San Trófimo es una bella muestra del arte románico provenzal. Presenta planta de cruz latina con una espaciosa nave que está flanqueada por colaterales, todas ellas son del S. XII. La nave transversal o transepto es del S. XI y la girola data de finales del S. XIV. Su fachada occidental, levantada en el S. XII, es uno de sus elementos más interesantes debido a la riquísima decoración escultórica que luce su fantástica portada (¡pórtico impresionante!); y, justo al lado, en un edificio anexo se entra al claustro de la iglesia con sus dos galerías románicas y dos góticas (la iglesia es gratis pero el claustro es de pago (4,50€). 



Tras la visita de la iglesia se puede dar un paseo por el claustro. Su visita es rápida pero bonita. Dos galerías románicas del siglo XII y otras dos góticas del siglo XIV, lo mejor son las muy bien conservadas. No dejéis de subir al tejado para tener una visión del claustro desde otro ángulo.






En el centro de la plaza donde se sitúa la iglesia hay un enorme obelisco y al otro lado se encuentra el edificio del Ayuntamiento en cuyos bajos se pueden visitar los Cryptoportiques (el foro romano subterráneo) que se conserva espectacularmente bien. Es bastante curioso e 
inquietante. Una visita imprescindible. Nunca hemos visto nada igual.



Nos tomamos un café en la Plaza du Forum y desde ahí damos un paseo hasta las Termas de Constantino (no se conserva mucho de ellas) que se encuentran junto al río y muy cerca del puente que tenemos que volver a cruzar para recoger el coche.

Volvemos a Marsella con más tráfico infernal y, como aún es temprano, decidimos subir hasta el Palacio del Faro, que se encuentra en un parque público con una situación privilegiada junto al mar y unas vistas espectaculares de Marsella: son casi seis hectáreas de jardín que llevan el nombre de Émile Duclaux. Es un sitio típico para ver la puesta de sol (aunque hoy estaba nublado y no la hemos visto)
El palacio es una espléndida construcción del siglo XIX, mandada a construir por Napoleón III como vivienda para él y la emperatriz Eugenia (aunque él nunca llegó a habitarlo). En los inicios del siglo XX fue sede de la Escuela de Medicina de Marsella y, actualmente, está dedicado a la celebración de congresos y eventos profesionales. 


Se cree que el nombre de Palacio del Faro viene dado porque en esta agreste atalaya existía, en el siglo XIV, un faro que orientaba a marinos y navegantes, de ahí las impresionantes vistas que se divisan desde el lugar, del mar y de toda la costa norte de Marsella son fantásticas y, sin perder la vista tan lejos, la perspectiva del viejo puerto, con su trasiego de barcos, los fuertes que protegen la entrada (San Nicolás, que se ve muy cerca, y el Fuerte Saint Jean), la catedral… 
  


Descansamos un poco contemplando las vistas y volvemos al apartamento tras hacer algo de compra. 
Hoy nos ha costado más aparcar pero, al final, lo hemos conseguido en la misma calle de ayer pero mucho más lejos; aun así, genial.
 
Miércoles, 13 de abril. Pont du Gard y Avignon

Salimos tras el desayuno en dirección a Avignon, aunque antes nos desviamos para ver el Pont de Gard, un puente romano construido en el siglo I a.C. que tiene una altura descomunal (el puente romano más alto del mundo) y junto a él un acueducto de tres pisos de arcadas.
El trayecto se hace pesado porque, como siempre, hay un tráfico horroroso y el desvío hasta el puente añade unas carreteras pequeñas.


OJO CON EL PUENTE: timan a los turistas en la taquilla.
En primer lugar, el sitio es una zona en el campo, al lado del río, donde van las familias y pandillas de chicos a pasar el día. Los que llegan con coche, y despistados, tienen que entrar en un aparcamiento que tiene barrera. Una vez allí se llega subiendo un caminito a la taquilla donde te dicen que dos personas, por ejemplo, dos entradas. AHÍ ESTÁ EL ENGAÑO. No hace falta ningún ticket para llegar al acueducto y al río ya que es un paraje abierto al público. Ahora, ¡ojo!, no se puede salir del parking sin un código de barras que va en el ticket; pero con uno por vehículo es suficiente. Y cada entrada vale 9,50: UN ROBOO MANIFIESTO. El coche, además, se puede dejar fuera del parking y llegar a pie sin pagar nada. Resumen, los sinvergüenzas nos han cobrado 19€ por ver el acueducto en campo abierto.
Así que, un poco cabreados nos volvemos hacia Avignon.


Antes de nada queremos comentar la cuestión del aparcamiento, que aquí está perfectamente organizada: hay dos parkings gratis fuera de las murallas: Piot (muy cerca de las murallas) y Les Italiens (un poco más alejado). Ambos tienen unas navettes (autobuses) gratuitos que dejan en la puerta de la ciudad. Nosotros hemos ido a Piot, no hay pérdida; al entrar ya se ve la parada de la navette. En un pispás estábamos en la Puerta de L´Oulle. Muy cómodo.



Como el desvío al acueducto nos ha llevado mucho tiempo, llegamos a la hora de comer y lo hacemos en el sitio que vemos más animado y lleno de lugareños, en la Plaza de L´Horloge, en un local llamado Café El Cid, que tiene terraza muy agradable. Hemos tomado crépes salados que estaban de escándalo. Y, para remate, es barato.
Después de la comida y el café nos dirigimos a la “joya de la corona”, el Palacio Papal, un edificio de dimensiones tan descomunales que eclipsa a la catedral que se encuentra justo a su lado. 
El edificio es impresionante, pero no nos ha gustado nada el sistema de audioguías-tablets con unos auriculares absolutamente horribles que no se oyen y, además, no se sujetan bien y se van cayendo todo el recorrido hasta conseguir ponerte de los nervios. Mil veces mejor la audioguía de toda la vida, aunque la recreación de las salas que hace la tablet no está mal puesto que no hay ninguna pieza de mobiliario ni decoración n las salas. Pero a las personas mayores se les veía sufriendo un poco.


La entrada puede sacarse solo para el palacio, pero tienen una opción combinada de palacio, jardines y puente por 17€ (un poco cara, pero no creo que volvamos, y ya que estamos…la hemos cogido)
Los jardines son sosos y no merecen mucho la pena a no ser que seas un forofo de los jardines. Se estructuran alrededor de dos zonas diferentes: el Jardín del Palacio (o Jardín Benito XII de 1.250 m²) y el Jardín Papal (662 m²). El Jardín Papal es un jardín íntimo que tenía un acceso directo desde los apartamentos del papa (ese es el que se paga; el otro se puede visitar libremente).
Respecto al puente, la verdad, acceder a él pagando entrada, tampoco merece la pena ya que se ve mucho mejor desde la orilla contraria, o desde el puente siguiente, que desde dentro de él; y entrar no dice nada (tampoco las vistas de la ciudad son espectaculares desde él). 
O sea, que nuestra recomendación es sacar solo entrada para visitar el palacio.
El palacio de los papas en Aviñón es uno de los edificios góticos más grandes e importantes medievales de Europa y simboliza el esplendor de la Iglesia en el Occidente Cristiano del siglo XIV. Construido a partir de 1335 en menos de veinte años, es principalmente la obra de dos Papas constructores, Benedicto XII y su sucesor Clemente VI. La monumental residencia de los soberanos pontífices del siglo XIV, es el palacio gótico más importante de Occidente (15.000 m2 de piso, es decir el volumen de 4 catedrales góticas), y presenta al visitante más de veinte lugares sobre todo, los apartamentos privados del Papa y sus fabulosas decoraciones con frescos realizados por el artista italiano Matteo Giovannetti.





Del palacio bajamos al puente que, como digo, no merece la pena mucho (pese a ser una de las postales emblématicas de la ciudad ya que lo más curioso del puente es que no llega a la orilla opuesta sino que termina en mitad del río Ródano). 
El puente Saint Bénezet de Aviñón es uno de los vestigios más importantes de la historia de Aviñón, conocido en el mundo entero gracias a una famosa canción infantil (“Sobre el puente de Avignon”) y clasificado en el Patrimonio Mundial de la UNESCO. 



Según la leyenda, el puente fue construido en el siglo XII por un joven pastor llamado Bénezet de Vivarais por orden celeste. Fue terminado de construir en 1185 y era el primer paso sobre el Ródano entre Lyon y el mar. El puente cruza 900 metros y cuenta con 22 arcos. Fue desmantelado en 1226, vuelto a construir y varias veces derruido por el Ródano. Se acabó de utilizar en el siglo XVII. El día de hoy cuenta con cuatro arcos y una capilla dedicada a San Nicolás. 
Terminamos la visita a la ciudad de los Papas callejeando un poco viendo el Petit Palece (muy mono), algunas iglesias, las murallas, el mercado de Les Halles,… y rematamos tomando un refrigerio en la plaza que hay justo delante del palacio y la catedral.


Después cogemos la nevette y volvemos al parking a recoger el coche y emprender el viaje de vuelta a Marsella. Tráfico espantoso, para variar.
 

Jueves, 14 de abril.  Algunos pueblos de Provenza: Gordes, San Remy de Provenza y Baix de Provenza

Hoy es el último día que tenemos el coche y hemos decidido hacer una pequeña ruta por algunos de los pueblos más bonitos de la Provenza: Gordes, San Remy de Provenza y Baix de Provenza.
Llegamos a Gordes, que está en un enclave chulísimo, en lo alto de una montaña, a media mañana. Antes de llegar al pueblo por la carretera, a la derecha, hay un punto indicado para verlo y fotografiarlo desde una de las mejores perspectivas. 


Gordes es un típico pueblo provenzal que parece sacado de una postal. Sus pintorescas callejuelas empedradas rodeadas de casas con piedra amarilla, sus fuentes y pasajes abovedados o su espléndido castillo renacentista que domina majestuosamente el paisaje, han atraído a muchos artistas, como Chagall y Vasarely, que vinieron aquí en busca de inspiración.
Para aparcar hay un parking antes de entrar al pueblo (una vez que se pasa el punto en el que hay las mejores vistas y que está anunciado en la carretera) Hay indicaciones de que es de pago, con parquímetro, pero su uso es muy farragoso y ningún extranjero paga porque se hartan de intentar sacar el ticket. Nosotros tampoco y no pasó nada.
Subimos una pequeña cuesta y entramos al pueblecillo. Allí nos tomamos un café en la plaza y nos dirigimos, lo primero, a ver el castillo que es lo más importante; pero…¡está cerrado! (¡a las 12:05! qué horarios!) así que nos dedicamos a recorrer sus callejuelas y pasear un rato por él. Algunos de los puntos interesantes son palacio de San Fermín, con sus bodegas excavadas en la propia roca donde se pueden ver  restos de cisternas, silos y un antiguo molino de aceite señorial que da testimonio de las actividades artesanales del pueblo en la Edad Media; la iglesia de San Fermín, construida en estilo románico en el siglo XII y renovada en el siglo XVIII, y otros edificios interesantes como un antiguo lavadero en la calle de la Fontaine Basse, la limosnería de Santiago, que antiguamente acogía a los peregrinos que iban a Santiago, o la capilla de los Penitentes blancos.
 






Aquí pasamos la mañana y luego nos dirigimos a Saint Remy de Provence, el pueblo donde se retiró Carolina de Mónaco cuando se quedó viuda y donde vivió una larga temporada con sus hijos. Como en todos los sitios es imposible aparcar por el centro (no hay plazas) pero sí hay algunos parkings a las afueras. Nosotros lo hemos dejado en una calle no demasiado lejos del casco viejo y sin problema.

Como era la hora de comer nos hemos metido en el restaurante que hemos visto más concurrido de lugareños, L´Estagnol (7, Boulevard Marceau: https://restaurant-lestagnol.com/
 ), y hemos acertado porque es un local muy recomendable. Hemos elegido un menú degustación para dos personas (50€) que estaba riquísimo: navajas a la plancha, mejillones gratinados, gambas al ajillo, jamón ibérico y patatas bravas. No es barato, pero el servicio es fabuloso, el sitio muy chulo y la comida muy buena.
Luego hemos dado una vuelta por el pueblo comenzando por la casa de Nostradamus, que es una casa feucha que no se puede visitar (no merece la pena), luego la plaza del ayuntamiento y la Colegiata de San Martín que es espectacular (y gratis) 
La colegiata Saint-Martin de St . Remy de Provence fue construida en 1122, luego ampliada y embellecida en 1331. La decisión fue obra del Papa de Avignon, Jean XXII, ansioso por transformar este priorato en una colegiata. Sin embargo, el edificio se derrumbó en gran parte en 1818 y fue reconstruido a partir de 1821. Solo se conserva el campanario de estilo gótico de 45 m de altura y que data del siglo XVI.
En el interior, sin embargo, también se conservan el altar mayor, la pila bautismal de mármol y parte del mobiliario y obras de arte de la primera iglesia (elementos de retablos de 1503). Además, alberga muchas estatuas antiguas.
 


El resto de la tarde hemos callejeado por esta preciosa localidad. No nos extraña que Carolina la escogiera; es un pueblo muy agradable, bello y en un entorno muy bucólico. 


Después hemos cogido el coche y nos hemos acercado (está fuera del pueblo) a uno de los lugares que más nos interesaban: St. Paul de Mausole, el hospital psiquiátrico donde estuvo ingresado Van Gogh durante un año. La entrada cuesta 7€ y, además del hospital, se puede visitar una recreación de su habitación reconstruida a través de las cartas que escribió a su hermano durante el ingreso.





Justo al lado del hospital, a unos pocos km. del pueblo se encuentra Glanum, una zona arqueológica de la ciudad romana bastante bien conservada. La entrada cuesta 8€ y, aunque es un sitio no muy grande, merece la pena. Además hay una terraza con un bar agradabilísimo donde hemos pasado un rato tomando unas sodas artesanales y disfrutando del lugar y del paisaje, lleno además de árboles del amor en plena floración.



Glanum fue una antigua y rica ciudad de fundación celta, primeramente llamada Glanon, que estuvo bajo una gran influencia griega. Está dedicada al dios galo de la curación, Glanis, como pasó a llamarse antes de ser definitivamente Glanum, antigua ciudad del Imperio Romano que se desarrolló totalmente a partir del siglo II a.C. No es un sitio muy extenso, pero sí mayor de lo que parece a primera vista. Las ruinas están muy bien conservadas y merece la pena la visita pues, aparte de lo arqueológico, es un paseo muy agradable (aunque creo que en verano debe de ser terrible por el calor)



Con esto damos por finalizada la visita a St. Remy y nos dirigimos al último pueblo: Baix de Provence. El lugar está en la cima de una montaña coronada por el castillo que es lo que más llama la atención y lo que se ve desde la carretera. También hay varios parkings, antes del pueblo y después, ya que la circulación está prohibida pues el pueblo es totalmente peatonal y hay una barrera que prohibe la entrada a vehículos (y lo mismo que en el resto: hay parquímetros pero casi ningún visitante paga)
El pueblo está totalmente escondido entre las rocas bajo el castillo y sorprenden sus calles y casas cuando se accede a él. Es encantador con callecitas de piedra intrincadas y tiendecillas muy coquetas.

  
El paseo, siempre en ascenso, revela continuamente bonitos rincones,  iglesias y edificios de entre los siglos XVI y XVII, en muchos de ellos hay establecimientos hoteleros, restaurantes y tiendas de recuerdos o de gastronomía de la Provenza francesa como jabones o lavanda.
Justo a la entrada está la oficina de turismo alojada en La Maison du Roy (aunque cuando llegamos ya había cerrado ¡horarios franceses!). En la pared lateral de esta casa, se pueden ver los restos de una magnifica chimenea.
El Ayuntamiento se encuentra en un bello palacio renacentista de 1571, que perteneció a Claude de Manville, rica familia protestante se la ciudad.
También sorprende una  ventana renacentista que es lo que queda del palacio de Brisson Peyre. Se cree que el edificio sirvió como templo protestante, por el lema calvinista que domina la ventana. En ella que se puede leer "Post Tenebras Lux", que en latín quiere decir "después de la oscuridad, la luz".


Una de las joyas arquitectónicas de la ciudad es la iglesia de San Vicente construida en el siglo XI. Está parcialmente excavada en la roca, es de estilo románico provenzal, y está dedicada a San Vicente de Zaragoza, una de las primeras víctimas de las persecuciones contra los cristianos del siglo IV.
En el interior destacan dos pilas bautismales, una del siglo XVIII, otra excavada en la roca, y las vidrieras donadas en 1960 por el príncipe Rainiero de Mónaco.
A un lado del edificio se encuentra la Linterna de los Muertos, una pequeña torre con una base circular, adornada con gárgolas, tiene en su interior una llama para rendir homenaje a todos los muertos de Les-Baux-de-Provence. A su lado se encuentra la Capilla de los Penitentes Blancos, construida a mediados del XVII por dicha hermandad. 
Tras el ascenso se llega al Palacio de la Tour de Brau, del siglo XV, en cuyo interior se encuentra la taquilla del castillo y la tienda. En las claves de los arcos de las bóvedas podemos ver los escudos de la familia de Baux de Provence con un estrella de dieciséis puntas. El castillo fue construido por los señores de Baux en el siglo XI, y hasta el siglo XIII fue lugar de las guerras de poder entre las familias gobernantes. En el año 1632 fue derribado por orden de Richelieu, quedando en ruinas. Aunque aún hay visitantes en su interior, la taquilla ya está cerrada al público y no podemos acceder. No obstante, desde esa privilegiada localización hay unas vistas magníficas de los alrededores.
Por último es también destacable la Puerta de Eyguières o la Puerta del Agua que hasta 1866 era la única entrada al pueblo. Fue reconstruida en el siglo XVIII por el Príncipe de Mónaco por lo que el escudo de los Grimaldi se puede ver sobre la puerta.
Pasamos el resto de la tarde en esta encantadora localidad  y al terminar el paseo volvemos a Marsella. 
Devolvemos el coche, cogemos el metro y cenamos en el apartamento. Hoy estamos especialmente cansados.
 
Viernes, 15 de abril  Marsella

Hoy toca hacer algunas visitas que quedaron pendientes en la ciudad. 

Por la mañana hemos decidido hacer un minicrucero por el Parque Natural de Calanques





Los tickets se compran en el mismo puerto viejo en diferentes oficinas de las compañías que hacen este trayecto; nosotros los adquirimos con en la misma con la que fuimos a la isa de If, Icard Maritime, que ofrece dos circuitos: uno de 2,5 horas (Essentiel des Calanques) y otro de 3,5 horas (Intégrale des Calenques); nosotros hemos elegido el de dos horas que cuesta 26€ por persona. Y ¿merece la pena? Pues no. Es un paseíto en barco cerca de la costa y esta tampoco es nada especial: formaciones costeras rocosas sin más, nada especialmente espectacular y no son tampoco acantilados como podríamos imaginar.  En fin, no lo recomendamos a no ser que se sea geólogo y veas en este paisaje sosito mucho más que nosotros.



Al volver ya era la hora de comer y nos hemos sentado en una terraza de la plaza Corso Honoré d'Estienne d'Orves, cerca del apartamento, que tenía buena pinta pero la comida ha resultado horrorosa. Todo malísimo. Al terminar nos hemos ido a una cafetería a tomar un café con crépe de nocilla.

Depués hemos subido a la basílica que domina la ciudad Notre Dame de la Garde y desde donde se tienen las mejores vistas de la ciudad.



Para llegar a ella se puede subir andando, en bus o en el trenecito turístico que sale desde el puerto viejo; esta es la opción que hemos elegido. El billete de ida y vuelta vale 9€ por persona y hace un recorrido muy bonito por el puerto viejo, la Cornise y luego sube toda la montaña hasta la basílica. Allí nos bajamos y recorremos el lugar.


La basílica, conocida como de la Buena Madre, es impresionante desde abajo, pero aun lo es más desde arriba. De inspiración bizantina, fue diseñada por el arquitecto Henry Espérandieu. En el interior domina un estilo romano bizantino con piedras decoradas con mosaicos. 




Bajo la basílica, la cripta fue excavada directamente en la roca y se terminó antes de la basílica. La diferencia de estilo entre la cripta y la basílica es notable: por un lado, la basílica con su decoración muy rica y dorada; por otro, la cripta y su decoración muy sobria, sin pinturas ni ornamentos.
Merece mucho la pena subir para visitarla, además las vistas de la ciudad son espectaculares. Hacemos unas fotos y tomamos el trenecito de vuelta. 

Llegamos abajo sobre las 17:30 pero como todos los monumentos y museos cierran a las 18:00 solo nos da tiempo de entrar en la iglesia de Saint Ferréol les Agustines que está en el paseo del puerto y no tiene nada de especial.

Damos unas vueltas por el centro, compramos provisiones y nos vamos a descansar un poco. Reservamos otra vez para cenar en La Fuxia porque nos gustó muchísimo la comida. Y, como el otro día, los platoos muy rica y el vino también (esta vez ha sido fissili pastore (con nata, piñones, tomates secos…¡riquísima!), y ensalada de berenjena y calabacines a la plancha) 30€, muy bien para ser Francia.
Damos un paseo por el puerto viejo y por la zona, que está animadísima, y nos retiramos.
 



Sábado, 16 de abril

Hoy tenemos que dejar el apartamento a las 11:00 (una “sorpresita” que la anfitriona nos dio ayer, pues previamente habíamos hablado de dejarlo a las 18:00. En fin, no ha sido un acierto del 100% el apartamento en esta ocasión)
Así que tras desayunar, recogemos todo y nos lanzamos a la calle a ver unos cuantos sitios que nos quedan.
En primer lugar, volvemos a la zona arqueológica del Puerto Antiguo donde se encuentra el Museo del Puerto Viejo y de la Ciudad (gratuito); en él se exponen restos de barcos encontrados así como numerosos objetos como vasijas, cántaros, jarras, platos, monedas, piezas de joyería, columnas, tumbas, sarcófagos, ánforas funerarias… El museo está muy bien organizado y es muy interesante. 

Terminada la visita, nos dirigimos al norte de la ciudad donde se encuentra uno de los lugares más bonitos y emblemáticos de Marsella, el Palacio Longchamp.
 

Este coqueto palacete neoclásico abrió sus puertas en el año 1869 para celebrar el fin de los problemas derivados de la escasez de agua que asolaba por aquel entonces la ciudad. No en vano, en el siglo XIX la sequía era una lacra que era necesario atajar. De ahí que se decidiera construir una obra de ingeniería que permitiese transportar el agua del río Durance a Marsella. Fueron necesarios más de 30 años de trabajos para fabricar un complejo entramado compuesto por 85 kilómetros de canales y tuberías subterráneas que llevase el agua potable a las casas. Para conmemorar la llegada del agua a Marsella se construyó el Palacio Longchamp al final de la avenida del mismo nombre, en el barrio de Les Cinq Avenues. El encargado de levantar este impresionante monumento fue el arquitecto Henri Jacques Espérandieu.


El monumento nació como una verdadera oda al agua, tal y como dan fe las esculturas alegóricas que simbolizan la fertilidad y la abundancia. Se trata de un conjunto de inspiración barroca, compuesto por una majestuosa columnata y una fuente central muy vistosa conocida como Chateau d’eau o Castillo del agua. La fuente escenifica un carro tirado por toros que transporta uvas y trigo y sobre él se alzan tres figuras femeninas como guiño a la fertilidad y la vida.


El palacio dispone en la parte trasera de unos bellos jardines que son, hoy día, un parque público.


En sus dos alas alberga dos museos: el de Bellas Artes y el de Historia Natural que hemos visitado y que son gratuitos (parece que se han quedado un poco pequeños y todo se expone un poco apretujado, especialmente en el de Historia Natural)



Volvemos al barrio dando un paseo desde el norte al sur de la ciudad y comemos en un local llamado La Ferme, que no está mal pero no es nada recomendable a medio día ya que hace un calor horroroso y tienen puestas las sombrillas de tal forma que da igual donde te sientes siempre da el sol en algún momento y, teniendo en cuenta que está “hasta la bandera” y demasiado juntas las mesas, resulta muy agobiante. 
Después de la comida y para refrescarnos un poco nos hemos sentado en una terraza, a la sombra, a tomar un café  y a esperar que se hiciera la hora para ir a recoger el equipaje.
Lo recogemos sin problemas, dejamos las llaves y cogemos el metro desde la estación que está junto al al gran espejo de Foster hasta la estación de St. Charles desde la que sale el bus 91 que va directo al aeropuerto sin paradas (los billetes se sacan en la taquilla que está justo en la puerta de acceso a la dársena desde la que parte el bus). 



El vuelo de vuelta, bien. Recogemos el coche en el parking  sin problemas y sobre las 02:30 estábamos en casa de vuelta ya que, a esta hora, no había casi tráfico.


 

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