SIGÜENZA y RUTA DEL ROMÁNICO RURAL (Agosto, 2009)

Este verano hemos repartido las vacaciones en varias escapadas breves, como venimos haciendo desde que nuestra Molly tiene que tomar una pastilla diaria y ya no podemos hacer los grandes viajes de 20 ó 30 días que solíamos. Pero no importa, los hacemos cortos y así visitamos varios lugares dispares en un solo verano. Es otro modo de entender las vacaciones que no es que nos guste más, pero ahora es lo que toca. Este año lo hemos repartido entre la semana en Madeira (que ya colgué en el blog), algunos días por la playa, Málaga, Benidorm, Altea y Torrevieja, y los pocos días que hemos pasado en Sigüenza y los pueblos que constituyen la llamada “Ruta del Románico Rural”. Éste último es el que voy a relatar.
El viaje comenzó el día 9 de agosto que salimos de Albacete; no era muy temprano y además, como no teníamos prisa, perdimos bastante tiempo en llegar. Incluso paramos en Guadalajara a comer en un bar-restaurante de carretera.
A primera hora de la tarde llegábamos a nuestro alojamiento, un hotel rural de diseño y encantador llamado La Cabaña, en la localidad de Pozuelos a 5 Kms. de Sigüenza. Como siempre podéis leer la crítica y ver fotos tomadas por mí en http://www.tripadvisor.es/ShowUserReviews-g1437553-d1458033-r37728961-Hotel_Rural_La_Cabana-Palazuelos_Castile_La_Mancha.html#CHECK_RATES_CONT. La primera impresión fue buenísima y la verdad es que resultó una elección muy acertada.
Una vez que estábamos instalados, como era todavía bastante temprano, cogimos el coche y nos dirigimos a Sigüenza a dar una vuelta por el pueblo. Aunque ya habíamos estado anteriormente, siempre resulta agradable pasear por sus calles medievales. Al llegar a la famosa Casa del Doncel que hoy es, en parte, un restaurante, y otra parte está gestionada por la Universidad, encontramos un cartel en el que se informaba de que los días que estábamos en la zona no abría por lo que nos lamentamos de no poder visitarla por dentro. En esto estábamos cuando oímos que nos llaman desde una de las ventanas superiores de la casa por la que asomaba un chico que estaba colgando un cartel de “se vende”. Nos preguntó si queríamos subir para ver desde su casa el patio interior de la del Doncel, ya que ambas (además del restaurante) eran antaño la misma vivienda. Subimos y pasamos con el joven un ratito; nos enseñó su casa y los arreglos que estaba haciendo en ella y nos explicó que, aunque estaba colgando el cartel, no tenía claro si lo haría o no; Vivía en Guadalajara y no venían mucho a Sigüenza; además, cuando lo hacía, se instalaba en casa de sus padres o suegros por lo que esta casa estaba deshabitada casi todo el tiempo. Nos contó también que él vivió de pequeño en la Casa del Doncel ya que pertenecía, en parte, a sus padres. Después se vendió a un alemán por “dos perras” para finalmente, ya dividida, pasara a la Universidad. Nos resultó muy interesante la visita y la charla.
Paseamos un rato más por las calle de la localidad; recorrimos la alameda en la que se estaba preparando la feria y por los aledaños de la catedral, construida sobre las ruinas de una vieja basílica visigoda, cuyo interior pudimos visitar ya que a esa hora se encontraba abierta. Subimos al castillo, hoy Parador de Turismo, donde nos tomamos un café.
De Sigüenza nos dirigimos a Saúca y después subimos a Jodra del Pinar por los que dimos una vuelta y visitamos las respectivas iglesias románicas.
Al anochecer, volvimos a Sigüenza y tomamos unas tapas en un bar de la alameda. Por la noche, la localidad iluminada en tonos amarillos era una preciosidad.
Ya de regreso en el hotel, descansamos muy bien pues al encontrarse en pleno campo, no se oía ni una mosca.
El día siguiente decidimos dedicarlo a la Ruta del Románico Rural. Comenzamos por Carabias que posee una de las más bonitas iglesia románicas (preciosa), luego Palazuelos (donde le hice una foto a un gato muy bonito) y Pozancos. Decidimos, a continuación, visitar la villa medieval de Atienza que es muy interesante. De camino, visitamos unas salinas romanas (que aún hoy se siguen explotando), las salinas de Imón y ya allí, subimos a Imón, un pueblecillo pequeño, agradable y tranquilo aunque sin mucho encanto.
Comimos en un restaurante en Atienza (El Mirador) con buenas vistas y una carta original, pero en realidad no tenían la mayoría de los platos que anunciaban. El trato fue correcto aunque algo seco al principio pues, aunque no había casi nadie en el local, no pusieron buena cara cuando pedimos (casi tuvimos que exigir), una mesa cerca de la ventana. No estuve a gusto en ese sitio. Luego dimos una vuelta por el pueblo: la plaza del mercado, el arco de Arrebatacapas (por la corriente de aire que siempre sopla en él), algunas iglesias como Santa María del rey, el Salvador, la Trinidad o San Bartolomé… Tomamos un café en un bareto de la parte alta mientras esperábamos que abrieran el museo sacro de la iglesia de San Gil, el cual resultó ser una colección de objetos religiosos recogidos por un cura de la localidad y cedidos por diferentes vecinos de la villa.
De aquí nos dirigimos a Cañamares que posee, como único atractivo, un puente romano; Ujados (con una pequeña iglesia y un bonito gato) y Albendiego cuya iglesia, Santa Coloma, es una maravilla y tiene la denominación de Monumento Nacional; en ella destacan el ábside y las ventanas adornadas con celosías mudéjares. De ahí subimos a Somolinos donde dimos un paseíto por la orilla del pequeño riachuelo y nos hicimos unas fotos en su cuidada iglesita.
En el siguiente pueblo, Campisábalos, nos tomamos un helado en una terraza delante de su iglesia que es también impresionante y que posee en su fachada un calendario agrícola tallado en la piedra del siglo XII muy interesante. A continuación pasamos por el castillo de Galve de Sorbe.
Empezaba a declinar el sol y el cielo se oscurecía además con negros nubarrones. Por indicación de Domingo decidimos acercarnos a un pueblo de la Ruta de los pueblos negros que ya habíamos hecho hace algunos años, si bien, no visitamos en esa ocasión Valverde de los Arroyos; Domingo sí lo conocía y aunque nos llevó un rato llegar hasta él por una carretera que no estaba en muy buen estado, mereció la pena el viaje pues se trata de un precioso pueblecillo todo de piedra y pizarra. Lo tienen esmeradamente cuidado y conservado, todo absolutamente limpio y lleno de flores. Una verdadera preciosidad que me recordó a los encantadores pueblos de la zona de la Bretaña francesa.
Volvimos tarde al hotel y, sin parar en él, nos acercamos a Sigüenza donde cenamos unas tapas (todo de fritos y empanados) en un bar muy concurrido de la Avenida en la que posteriormente nos tomamos una copa al fresco, sentados en una terraza.
El día siguiente tuvo menos piedras románicas y más naturaleza ya que lo pasamos recorriendo el parque natural del Barranco del Río Dulce, un paraje cercano a Sigüenza. Es una zona llana y elevada cortada por una red fluvial muy encajada que origina profundos barrancos. Realizamos una pequeña ruta de senderismo por una senda que recorría las orillas del río que discurre por el fondo del barranco. La subida al pueblo donde habíamos dejado el coche (Pelegrina) fue un poco dura debido a lo empinado del camino que ascendía desde el cauce del río. Pero tuvimos la recompensa en un pequeño restaurante con un mirador de espléndidas vistas en el que comimos.
El día siguiente, tras el desayuno emprendimos el viaje de regreso pasando por Guadalajara para conocer un poco la ciudad. Pasamos la mañana visitando sus calles y lugares de interés que no son muchos, la verdad. Es una ciudad muy verde, nueva y pequeña y, con tantas obras, ofrecía un aspecto bastante destartalado. Comimos en El Corte Inglés, el menú de verano que es riquísimo (gazpacho andaluz, calamares y melón). A media tarde, después del café, retomamos la carretera y en unas horas estábamos de vuelta en casa.
Ha sido una escapada corta más que un viaje, tal y como entendemos éste, pero ha merecido la pena. Al menos, hemos cambiado de aires.

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